Viene el calor, a fuerza de esfurrunchar la vieja atmósfera
con lo que la maltrata desde arriba y desde abajo. Ora se enfría por capas, ora
se caliente, pasa la bola de equinoccios a solsticios y abajo, el hormiguero,
excitado, se traslada a la playa. Creo que era Camús el que describía una playa
argelina, con los cuerpos estrapallados bajo el peso del sol. El sol, que no la
luna lorquiana, es el que estos día nos mira, mira, nos está mirando, con la
fragua encendida. El sol y los misteriosos entes que manejan, gobiernan y
conducen los famoso “mercados” desde que nadie sabe si alienígenas, vigilan si
la posible insolvencia de este país podrá o no dejar sus pagarés en agua de
borrajas. Tienen, dicen los que saben, que tienen fruncido el ceño y andan
mirando por debajo de las alfombras, levantándonos los tejados de las
factorías, echando cuentas de nuestros cortijos, baldíos y masías. Por eso, tal
vez, el calor. Alguien me contó que en Sevilla, distinguen los sevillanos una
sucesión de llegadas: primero el caló, casi en seguida, “la” caló, un poco más
tarde “los” calores y, como fin de fiesta y cúspide estival, “las” calores. Las
calores, decía un familiar mío que las disfrutó y me contaba su angustia,
“maduran hasta los membrillos, que había quien decía que eran como piedras”.
Se nota en la calle. A la gente se le van y como
consecuencia ven más las vergüenzas. Hombres y mujeres. Bermudas y faldellines.
Recuerdo el dicho creo que vaqueiro de que “lo que quita el fría ya lo que
quita también el calor”. Me imagino al tropel descamisado y engafado con que me
cruzo por la caleya, embozado bajo ponchos de lana gruesa, mantas y estameñas.
Puede que haya un error en el dicho, o que lo que haya querido decir que si te
te ocurre embufandarte en día como hoy, al pasar a la otra vida, me empeño en
creer y creo que mejor, se te quitan ya fríos y calores.
Otra es esa de las gafas. Se nos deben haber debilitado los
clisos porque antes no se usaban con tal profusión. Que ahora hasta númeradas:
protección uno, dos, tres y hasta cuatro. La humanidad, me temo, se está
aflojando, en relación con aquellas gentes que manejaban guadañas y foucinas a
pleno sol, como en un cuadro de Linares, donde una señora destaca doblada sobre
el amarillo del agobio deslumbrante del sol, con la única defensa del rojo
goterón de su pañuelo. Linares, clamando desde su monacato de Navelgas, tene
atrapado el sol de verano de la vaqueirada, como tenía Sorolla en de la Malvasía.
Me cae, sobre el teclado, una gota de sudor. Bebo. Acuérdame
de comprar un termo y un abanico. El termo, lleno de agua clara, el abanico,
que tan bien manejaba mi tía Pepa, y la sombra del limonero del patio. ¿Es que
no van a cerrar este verano los jodidos mercados? ¿es que no se van a ir de
vacaciones los políticos? Aquí y allá, en grupos, los expertos se ajuntan a
pontificar lo que debería hacerse. Lo mejor, tal vez, hoy, para dejarse de
miserias, sería ganar a Portugal en las semifinales. Lo que pasa es que ellos,
con parecidas congojas al respectivo pescuezo, van a pretender lo mismo. ¡Hala
España!
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