miércoles, 27 de junio de 2012


Viene el calor, a fuerza de esfurrunchar la vieja atmósfera con lo que la maltrata desde arriba y desde abajo. Ora se enfría por capas, ora se caliente, pasa la bola de equinoccios a solsticios y abajo, el hormiguero, excitado, se traslada a la playa. Creo que era Camús el que describía una playa argelina, con los cuerpos estrapallados bajo el peso del sol. El sol, que no la luna lorquiana, es el que estos día nos mira, mira, nos está mirando, con la fragua encendida. El sol y los misteriosos entes que manejan, gobiernan y conducen los famoso “mercados” desde que nadie sabe si alienígenas, vigilan si la posible insolvencia de este país podrá o no dejar sus pagarés en agua de borrajas. Tienen, dicen los que saben, que tienen fruncido el ceño y andan mirando por debajo de las alfombras, levantándonos los tejados de las factorías, echando cuentas de nuestros cortijos, baldíos y masías. Por eso, tal vez, el calor. Alguien me contó que en Sevilla, distinguen los sevillanos una sucesión de llegadas: primero el caló, casi en seguida, “la” caló, un poco más tarde “los” calores y, como fin de fiesta y cúspide estival, “las” calores. Las calores, decía un familiar mío que las disfrutó y me contaba su angustia, “maduran hasta los membrillos, que había quien decía que eran como piedras”.

Se nota en la calle. A la gente se le van y como consecuencia ven más las vergüenzas. Hombres y mujeres. Bermudas y faldellines. Recuerdo el dicho creo que vaqueiro de que “lo que quita el fría ya lo que quita también el calor”. Me imagino al tropel descamisado y engafado con que me cruzo por la caleya, embozado bajo ponchos de lana gruesa, mantas y estameñas. Puede que haya un error en el dicho, o que lo que haya querido decir que si te te ocurre embufandarte en día como hoy, al pasar a la otra vida, me empeño en creer y creo que mejor, se te quitan ya fríos y calores.

Otra es esa de las gafas. Se nos deben haber debilitado los clisos porque antes no se usaban con tal profusión. Que ahora hasta númeradas: protección uno, dos, tres y hasta cuatro. La humanidad, me temo, se está aflojando, en relación con aquellas gentes que manejaban guadañas y foucinas a pleno sol, como en un cuadro de Linares, donde una señora destaca doblada sobre el amarillo del agobio deslumbrante del sol, con la única defensa del rojo goterón de su pañuelo. Linares, clamando desde su monacato de Navelgas, tene atrapado el sol de verano de la vaqueirada, como tenía Sorolla en de la Malvasía.

Me cae, sobre el teclado, una gota de sudor. Bebo. Acuérdame de comprar un termo y un abanico. El termo, lleno de agua clara, el abanico, que tan bien manejaba mi tía Pepa, y la sombra del limonero del patio. ¿Es que no van a cerrar este verano los jodidos mercados? ¿es que no se van a ir de vacaciones los políticos? Aquí y allá, en grupos, los expertos se ajuntan a pontificar lo que debería hacerse. Lo mejor, tal vez, hoy, para dejarse de miserias, sería ganar a Portugal en las semifinales. Lo que pasa es que ellos, con parecidas congojas al respectivo pescuezo, van a pretender lo mismo. ¡Hala España! 

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