miércoles, 20 de junio de 2012


Cómprate una lámpara, mejor, cómprate dos, cinco o seis, según si para un alumbrado u otro, un aparato u otro o la iluminación de a cada lado de un espejo. Sí, de esas de bajo consumo y larga duración que cuestan por lo menos ocho o diez euros cada una porque dice el papelín o está escrito en la caja que van a durar una eternidad y ahorrarás el oro y el moro.

Para empezar, lo de la duración, filfa, que te lo digo yo. Fallan una o dos en seguida y resisten otras, según, pero no es eso lo peor, lo peor es que vuelves a la tienda, acudes al super, recorres la cristiandad y parte de otras tierras, territorios culturales y anejos y descubres que igual, lo que se dice igual que las fracasadas, ya no tienen. Incluso el mismo fabricante, ahora ha mejorado el sistema y ésta o aquélla, un pelín más grandes, más pequeñas o lo que se dice una tonalidad, una tintada de tonalidad, son diferentes. Y mira por donde, eres un perfeccionista, o lo es tu mujer o la suegra o la abuelina que viven contigo y mira esa lámpara; es diferente de las otras.

No se puede salir a los mercados del mundo a competir con estos modos y maneras. Las cosas necesitan, además de unas garantías mínimas de continuidad en la fabricación y reposición en los defectos, un mínimo de seriedad comercial. Lo de tente mientras cobro o los burros enjalbegados para la feria deberían ser asunto de otro tiempo pasado. Ahora un euro son más de ciento cincuenta pesetas y pretenden estos presurosos mercachifles que los paguemos como si fueran pesetas, que ya se encargan ellos de recomponerles el valor exacto y cabal en cuanto los meten en los respectivos cofres corsarios.

Habría que impartir, para empezar a hablar de competencias y recuperaciones económicas, de mínimos de seriedad comercial, escandallos, ganancias justas y usura encubierta. Hay, como hubo préstamos de interés leonino, escandallos leoninos y timos comerciales encubiertos so capa de modernidad. Demasiada publicidad deslumbrante y escaseces cada vez más frecuentes de seriedad comercial.

Al hilo de lo dicho, recomiendo a amigos y enemigos e indiferentes que cuando alguien les haga una tentadora oferta, se ponga las gafas de leer de cerca, requiera una lupa y lea y relea la letra pequeña, donde más o menos claros, vienen especificados los complementos, inconvenientes y futuros daños colaterales. Me recordaba un reciente ejemplar de este furtivo bandidaje lo de aquella rampa, supuesto acceso para inválidos, que habían puesto junto a una escalera de cierta villa con alrededor de un cuarenta por ciento de desnivel. La ley, dura lex, parecía haberse cumplido al pie de la letra mediante aquella sorprendente burla de su espíritu.

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