Cómprate una lámpara, mejor, cómprate dos, cinco o seis,
según si para un alumbrado u otro, un aparato u otro o la iluminación de a cada
lado de un espejo. Sí, de esas de bajo consumo y larga duración que cuestan por
lo menos ocho o diez euros cada una porque dice el papelín o está escrito en la
caja que van a durar una eternidad y ahorrarás el oro y el moro.
Para empezar, lo de la duración, filfa, que te lo digo yo.
Fallan una o dos en seguida y resisten otras, según, pero no es eso lo peor, lo
peor es que vuelves a la tienda, acudes al super, recorres la cristiandad y
parte de otras tierras, territorios culturales y anejos y descubres que igual,
lo que se dice igual que las fracasadas, ya no tienen. Incluso el mismo
fabricante, ahora ha mejorado el sistema y ésta o aquélla, un pelín más
grandes, más pequeñas o lo que se dice una tonalidad, una tintada de tonalidad,
son diferentes. Y mira por donde, eres un perfeccionista, o lo es tu mujer o la
suegra o la abuelina que viven contigo y mira esa lámpara; es diferente de las
otras.
No se puede salir a los mercados del mundo a competir con
estos modos y maneras. Las cosas necesitan, además de unas garantías mínimas de
continuidad en la fabricación y reposición en los defectos, un mínimo de
seriedad comercial. Lo de tente mientras cobro o los burros enjalbegados para
la feria deberían ser asunto de otro tiempo pasado. Ahora un euro son más de
ciento cincuenta pesetas y pretenden estos presurosos mercachifles que los
paguemos como si fueran pesetas, que ya se encargan ellos de recomponerles el
valor exacto y cabal en cuanto los meten en los respectivos cofres corsarios.
Habría que impartir, para empezar a hablar de competencias y
recuperaciones económicas, de mínimos de seriedad comercial, escandallos,
ganancias justas y usura encubierta. Hay, como hubo préstamos de interés
leonino, escandallos leoninos y timos comerciales encubiertos so capa de
modernidad. Demasiada publicidad deslumbrante y escaseces cada vez más
frecuentes de seriedad comercial.
Al hilo de lo dicho, recomiendo a amigos y enemigos e
indiferentes que cuando alguien les haga una tentadora oferta, se ponga las
gafas de leer de cerca, requiera una lupa y lea y relea la letra pequeña, donde
más o menos claros, vienen especificados los complementos, inconvenientes y
futuros daños colaterales. Me recordaba un reciente ejemplar de este furtivo
bandidaje lo de aquella rampa, supuesto acceso para inválidos, que habían
puesto junto a una escalera de cierta villa con alrededor de un cuarenta por
ciento de desnivel. La ley, dura lex, parecía haberse cumplido al pie de la
letra mediante aquella sorprendente burla de su espíritu.
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