No son ni esenciales, ni necesarios, ni siquiera útiles,
todos esos personajillos que intentan diversificarnos, a los europeos y de
convencernos de que somos diferentes unos de otros, y, los del país de al lado,
como consecuencia, enemigos. Ahí está el error. Somos diferentes, como lo son
los barrios de cada ciudad del mundo, grande o pequeña, pero siempre, todos,
complementarios. La ciudad es lo que es, como lo es Europa, por
complementariedad armónica de los diferentes instrumentos que componen la sinfónica.
Y, como ella, necesitamos una sola batuta, un gobierno central, que resuma,
organice y armonice todos y cada uno de los esfuerzos y méritos, los vicios y
las virtudes de cada componente de esa unidad soñada, emprendida, hasta ahora
por desgracia fracasada, que es Europa.
Amanece la víspera de la alborada anterior a la del señor
San Juan. Es hoy el día más largo del año y se ha llenado de sol, mechado de
nordeste. A ratos te fríe un sol recién estrenado, a veces tiritas en una
esquina de la villa aprovecha el chaflán el viento para poner a punto las uñas.
Por la tarde juegan al fútbol los franceses contra los
españoles. Tienen gracia los comentaristas, que hablan de los equipos como si
fuesen seres vivos, unos y los mismos con los de su historia deportiva de hace
medio o un cuarto de siglo y hablan y no acaban de cuentas pendientes,
venganzas por encuentros anteriores y otras aventuras e ingenios a cual más
pintoresco. Lo mejor de eventos como éste resulta que circula por las calles un
diez por ciento de los coches que lo hacen habitualmente. Millones de españoles
se pondrán ante el televisor, con algo de comer y de beber y una camisola
futbolera con número a la espalda y estarán absortos, encandilados durante hora
y tres cuartos.
Tengo que confesar con cierta vergüenza que desde que el
fútbol se ha convertido en el tejer y destejer de unos y el tratar de
interrumpir y sorprender de otros, con, como mucho, media docena, con suerte,
de destellos de juego brillante en cada partido, la mayor parte de los que veo me
aburren hasta el adormecimiento y vuelvo a mi crucigrama de La Vanguardia, el
damero maldito o el libro, que ahora resulta que puedes llevar una biblioteca y
una cinemateca a cuestas y ponerte a disfrutar en cualquier rincón hasta sin
luz, que la traen incorporada las tabletas o los libros electrónicos.
Por cierto, irritante, al menos para mí, que algunos autores
hayan caído en la tentación de escribir libros por entregas, sin principio, que
está en otro anterior, ni final, que estará en el siguiente. Por lo menos, en
cualquier trilogía o hasta pentalogía, cada tomo debe poder leerse con
independencia de los otros, sin perjuicio de que la historia contenida en él
pueda completarse con otras aventuras, contenidas en otro u otros, más o menos
relacionadas, de los mismos personajes. Cortar una narración en varias y vender
los pedazos por separado me parece un abuso y mayor cuanto más interesante y
mejor escrita pueda estar. Y si por lo menos todos los tomos se pusieran a la
venta al mismo tiempo, la trampa sería menor que la de mantener en suspenso un
desenlace durante meses o años o incluso para siempre, si al autor le da por
cortar el chorro, se le corta la inspiración o hasta podría morirse y llevarse
un secreto cuyo derecho a desvelar ya no
le pertenece por entero.
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