Me pregunto si alguien ha sabido en alguna ocasión de la
historia de algún pueblo. Otra cosa son las hermosas leyendas, las bonitas
consejas, las tremebundas hazañas que cuentan los que al regreso de la fiesta
la relatan de acuerdo con cómo les fue en ella.
Ando metido en una historia crítica de la historia.
Divertido ejercicio de hombres de buena voluntad que entresacan de mitos y
palimpsestos diversos sus preferencias y diagnósticos. Este, dicen, fue
pitagórico, o liberal, o tradicionalista, o aristotélico, o tomista o erasmista
cristiano viejo, pitagórico o platónico, o, sencillamente, trovador provenzal.
Poca gente, me parece, fue clasificable de tan divertido
modo. Uno y otro, inconscientes de sus coincidencias y reparos, pueden haberse
parecido a uno o semejado al de más allá, pero no fueron más que individuos,
criaturas que intentaron devanar los laberínticos ovillos de los dimes y
diretes y los intereses creados de su tiempo.
Los separó el cedazo de la historia, quedaron, con mayor o
menos mérito entre sus páginas, como florones u hojas secas, y cada época
posterior echó mano de su prestigio, real o no, para poyar criterios que no son
más que hipótesis: si Fulanito viviera hoy, o don Mengano, o el muy ilustre don
Nosequién, estarían de acuerdo conmigo. ¡Qué va! Lo estarían o no, pero no por
tus razones, sino por las suyas, derivadas de su estado de exaltación o
necesidad. Cada época, como cada día tiene su afán, tienen sus características,
abundancias o carencias peculiares, de que deriva el estrujado de magín de sus
gentes.
Vamos que sin duda hubo aquella batalla, pero no consta cómo
la sufrió cada combatiente y el resultado final viene aderezado de laurel y
fanfarrias, irreconocible y desde luego inexplicable.
Cosa del calor, de la opresiva sensación de que nos oprime
la sofisticada banalidad administrativa. Demasiada e intrincada selva de
palabras que es necesario interpretar de acuerdo con otras palabras sacadas de
concepto, rellenas de improvisación, delimitadoras de nimiedades abrumadoras.
Una telaraña de reglas menores para tratar de que no escape de la falsilla
ninguna de las infinitas e imprevisibles circunstancias del caso concreto. Se
intenta, parece, meter la vida en una especie de caja hermética de Pandora.
Craso error, en mi modesta opinión.
Jugamos, para mitigar los rigores tal vez de este verano
implacable, al fútbol. Gana España a Portugal, pero habrá final contra Italia.
Italia me parece el peor obstáculo imaginable. La selección española juega el
fútbol, encaje de bolillos, de un
arquetípico Barcelona, cuyo antídoto parece estar siendo el rigor
defensivo italiano, administrado por la sagacidad utilitaria portuguesa. Será
difícil para los unos y para los otros, y, como jugador número doce o trece de
cada equipo, intervendrá probablemente la suerte, un destello, cualquier
descuido, una flaqueza cualquiera.
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