domingo, 3 de junio de 2012


Leo un tremendo novelón implacable, pero incluso de su enloquecida aventura cabe entresacar la profundidad de alguna sabia conseja. De entre ellas selecciono la que comenta que hay que tener valor para confesar que se es un cobarde. Me hace revolver el guiso neuronal y considerar que en efecto, hay que tener un a clase de valor, o una de sus complejas facetas, para confesarse a uno mismo, o, lo que es peor, decirles a otros que se es un cobarde. Como en casi todo, para sobrevivir es indispensable equilibrar miedo y valentía. Ambos, en exceso, mata. El exceso de miedo puede convertir en héroe y el de valor incurrir en temeridad. Hace falta un gran miedo o un gran valor, o ambos, para vivir y para morir, pero para sobrevivir han de equilibrarse.

Se enciende, se apaga, embozado de niebla, este juvenil sol de atisbo de verano próximo. Hace demasiado calor para este tiempo. En el periódico, escribe hoy un señor cuyo nombre ni siquiera leí, que el cambio climático es un hecho comprobado. Y sigo pensando que inexorable y que los que mutarán para acomodarse a nuevas condiciones de vida, serán los humanos, hasta esa tremenda y al parecer prevista posibilidad de que esta galaxia y una de las vecinas entremezclen, dentro de unos cuatro mil millones de años, sus respectivos puñados de estrellas.

¿Debemos preocuparnos? ¿Mudará ese conflicto sideral la inconcebible textura de la eternidad donde para entonces nos hallaremos?

Hace mil años, astrónomos y astrólogos egipcios, incas o mayas, nos intuyeron y grabaron en papiros y pedruscos nuestro probabilidad. Nos toca ahora soñar gente desconocida, cambiada, ni siquiera olvidada de alguien a quien ni imaginan cómo fuimos y lo que nos preocupaban el euro, las riquezas y el poder.

Tenemos el maniego y dentro, confundida, una masa que hay que redistribuir para hacer la sociedad del siglo en que ya estamos, con el trabajo pendiente de aprender a organizarnos socialmente de un modo racional. Veo a mi alrededor a gente que todavía no sabe cuál es el problema que hay que plantear e insisten en sus anacronismos. Y lo malo es que sustituimos las tertulias donde se cambiaban impresiones y nos enterábamos de algo de lo que pasaba por una televisión que de lo que nos cuenta todo lujo de detalles es de la turbulenta banalidad de unos curiosos muñecos que se nos parecen, pero tienen poco que ver con el afán que cada día a nosotros nos aflige.

Pienso que hemos llegado a la realidad del vivir de cada día antes de tiempo y aún está el paisaje sin componer, la comida sin hacer, la limpieza pendiente. No es que el hotel esté sin limpiar y arreglar tras la fiesta de ayer, sino que su arquitecto aún no ha terminado los planos del edificio donde tenemos que alojar y dar de comer y beber al tropel que llegamos.

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