Ni hice hoguera ni ayudé ni salte ni pase sobre las brasas
ni madrugué esta mañana en busca del primer trébol de cuatro hojas ni de la
flor del agua. Estaba dormido, mientras las xanas se peinaron sentadas en los
brocales de los pozos, junto a las fuentes, en los manantiales y las
alfaguaras. ¡Qué coño de clase de asturiano soy, que ni busqué flores para
hacer el ramo y ponerlo en la debida ventana!
Siguro que toy tan vieyo que nin pa llindiar valgo por mansa
que sea la vaca que me encomienden. Tuve descuidao p’ol siñor San Juan, que me
perdone. ¿Tamos los vieyos dispensaos?
Fue noche mágica, pero los mozos ya se entretienen de
distinto modo. O puede que casi no queden mozos para formar cuadrilla,
rondalla, coro y la melancolía se haya refugiado en el sonar de esa gaita que
suena lejos, donde los recuerdos, donde hasta los druidas están dormidos esta
mañana de borde del solsticio de verano.
Nació por estas fechas San Juanín, precursor sacrificado por
un capricho de suripanta desencantada. Ella hizo también su oficio, como cada
cual, para que se ejecutara la barbarie cruel y cruenta que late en los
prólogos, las tramas y los ultígolos de lo bueno y lo malo que coexisten vete a
ver por qué misteriosos motivos que están en la trastienda de cuanto pasa.
Mañanina de sol, tien que habese pañao el trébole. Alguién
lo tien y lo esconde, como tos esos que guardan el boleto cuando-i-s toca la
primitiva pa que nun entamen los moscones a zumbáis pedidos pa las fiestas, pa
los menesterosos, pa una juerguina solapada, ahora que tiés tanto-i-dicen …
Alguién tien que haber chegao a pañar la flor del agua. Y tahí San Pedro pa
pon’el ramo que la noche de San Padro te lo puse, que la de San Xuan nun pude,
que taba malo –diz el cantar-.
Y ahora –decía solemne la anciana señora muy encopetada a
uno de “sus” pobres, poniéndole un par de perronas en la mano-, no te lo gastes
en vino ni mujeres, Cosa de antes. Hace bien poco, me pidieron a mí en una
peatonal “pa’una frasca de vino, tíu” y no hace tanto, otro “pa ir de putes,
paisanu, que toy necesitau”. ¿Quién eres tú, era la encopetada señora o soy yo,
para gobernar el destino de lo poco que damos a quien nos pide? Pedía en cierta
ocasión uno, cuando la difunta peseta: dos reales pa un bocata, y el dador,
suspicaz y aprovechado: mira, voy date una peseta y trasme otru pa mí.
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