Incontenible algarabía de un pueblo culpable, siquiera
cómplice de lo ocurrido, que ahora vaga en busca de responsables que sacrificar
al becerro de oro que nos sedujo: España “iba bien”.
Por arte de magia, supusieron los pesimistas, pero debe ser
cierto porque mira cómo bullen, gastan, invierten en su cigarral las de una
fábula por desgracia sin hormigas.
Ni hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague,
inicia su andadura la mentira del adagio. Los plazos se cumplen, los va
concretando, a la vez paciente e implacable, el tiempo. Las deudas …, esas
depende, y cuando no se pagan hay que buscar quién y por qué no pago
puntualmente.
¿Dónde anda, por qué no actúa la ley? Lo preguntan ahora a
grandes voces muchos de los que tan alegremente o la vulneraban o acamparon
durante tanto en sus márgenes. Y nadie les contesta, como tal vez procedería, que ellos las derogaron casi todas, para sustituirlas por falsillas de
conductas equivocadas. Que bien está acudir al crédito, con gran regocijo
siempre del prestamista, para tratar de prosperar, pero no para timar.
Artistas del timo social se concertaron con arquitectos en
vacío para repartirse un pastel que, a falta de ingredientes, se desinfló como
el fracaso de un suflé al hincarle el cuchillo de la realidad.
Hay que sacrificar a alguien para aplacar la cólera social
del pueblo supuestamente soberano. Y se produce este griterío, se da fuego a
las teas, salen a la calle las víctimas de su propia indignación, buscando
responsables incluso entre su hueste.
¿Tal vez los ricos? ¿Los pobres? ¿Los desheredados? ¿Los
herederos? ¿Los que engañaron? ¿Los que se dejaron engañar?
Debería preocupar el hecho evidente de que casi siempre que
se produce un timo de los clásicos, o por lo menos muchas, diría que la mayoría
de las veces, el timador aprovecha la tentación de timar que obnubila y
autoengaña al timado, tal vez cómplice o hasta coautor de delito como éstos
para denunciar los cuales tan denodado, alborotadado y hasta justamente
indignado, se echa a la calle el pueblo supuestamente soberano con sus
hachones, sus cacerolas, sus tizas, grafittis y ciegas imputaciones. Como
innumerables Zolas, ellos acusan, pero unos espejos, inexorables, podrían
devolver el reflejo de su ira.
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