sábado, 9 de junio de 2012


Incontenible algarabía de un pueblo culpable, siquiera cómplice de lo ocurrido, que ahora vaga en busca de responsables que sacrificar al becerro de oro que nos sedujo: España “iba bien”.

Por arte de magia, supusieron los pesimistas, pero debe ser cierto porque mira cómo bullen, gastan, invierten en su cigarral las de una fábula por desgracia sin hormigas.

Ni hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, inicia su andadura la mentira del adagio. Los plazos se cumplen, los va concretando, a la vez paciente e implacable, el tiempo. Las deudas …, esas depende, y cuando no se pagan hay que buscar quién y por qué no pago puntualmente.

¿Dónde anda, por qué no actúa la ley? Lo preguntan ahora a grandes voces muchos de los que tan alegremente o la vulneraban o acamparon durante tanto en sus márgenes. Y nadie les contesta, como tal vez procedería, que ellos las derogaron casi todas, para sustituirlas por falsillas de conductas equivocadas. Que bien está acudir al crédito, con gran regocijo siempre del prestamista, para tratar de prosperar, pero no para timar.

Artistas del timo social se concertaron con arquitectos en vacío para repartirse un pastel que, a falta de ingredientes, se desinfló como el fracaso de un suflé al hincarle el cuchillo de la realidad.

Hay que sacrificar a alguien para aplacar la cólera social del pueblo supuestamente soberano. Y se produce este griterío, se da fuego a las teas, salen a la calle las víctimas de su propia indignación, buscando responsables incluso entre su hueste.

¿Tal vez los ricos? ¿Los pobres? ¿Los desheredados? ¿Los herederos? ¿Los que engañaron? ¿Los que se dejaron engañar?

Debería preocupar el hecho evidente de que casi siempre que se produce un timo de los clásicos, o por lo menos muchas, diría que la mayoría de las veces, el timador aprovecha la tentación de timar que obnubila y autoengaña al timado, tal vez cómplice o hasta coautor de delito como éstos para denunciar los cuales tan denodado, alborotadado y hasta justamente indignado, se echa a la calle el pueblo supuestamente soberano con sus hachones, sus cacerolas, sus tizas, grafittis y ciegas imputaciones. Como innumerables Zolas, ellos acusan, pero unos espejos, inexorables, podrían devolver el reflejo de su ira.

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