viernes, 12 de febrero de 2010

Contrasta la inquietud producida en estos tiempos por cuanto ocurre en todos los ámbitos de la convivencia con el tranquilo sosiego de la mar en calma. Pero, me dicen, esa tranquilidad no es más que apariencia. La quietud de la mar no es sino un descanso entre dos estados de la locura que agita las aguas en cuanto las provoca el viento, Somos entonces, pienso, como esa mar, unas veces en calma, otras embravecida por el inesperado viento. Sale cada tarde alguien en la televisión, que describe la probabilidad de que en medio de la mar, señala en nuestro caso casi siempre el centro del Atlántico, se genere un “frente” que avanza inexorable, desde el noroeste o desde el sudeste, que nos golpeará esta tarde, mañana, o, como mucho, pasado. El Zaragozano, almanaque tradicional de ferias y mercados, se atreve a predecir el tiempo de todo el año. Y las viejecitas de mi niñez apuntaban no sé qué día de cada época, que llamaban “témporas”, determinantes del clima del trimestre o el cuatrimestre siguiente. Me guío yo, pero sólo para la llegada de la primavera, por la floración de un grupo de mimosas que hay en la ladera que mira al saliente, enfrente de mi casa. Si la floración es en la primera mitad de la segunda quincena de enero, la primavera vendrá más o menos con arreglo a su fecha, pero adelantará esa floración si proyecta llegar antes o la retrasará si después. Este año me coincide el retraso a mediados de la primera quincena de febrero, con la noticia de las témporas, que la retrasan a primeros de mayo.

De cualquier modo, la mar está, esta mañana, tersa y atenta, como expectante y nos llega a la costa un frío helado, que viene de los montes nevados del interior, junto con noticia de temperaturas inusitadamente bajas de ciudades con tanta tradición de frío como son Burgos o Soria. Aquí, al lado de la mar, es raro que la temperatura llegue por debajo de los tres o cuatro grados centígrados bajo cero, pero la humedad, que suele pasar del setenta y cinco y el ochenta por ciento, actúa como factor de multiplicación de la sensación de frío, que empuja hacia el cono de la lámpara y la protección de radiadores, estufas o chimeneas, bien provisto que nos hayamos de una buena novela policíaca, un libro de filosofía de profundidad media o unas memorias o una autobiografía escrita con buena dosis de humilde honradez. Adelanto que hay pocas. Hay más novelas policíacas o libros de filosofía de profundidad media. Yo acabo de terminar una policíaca cuyo nombre, por no ser buena, no cito, para no perjudicar eventuales ventas. Porque, además, es posible que lo que a mí no me gusta, en cambio sea bueno para otros.

Se me ocurre un trozo, tal vez incompleto, de un posible poema, que dice:
Dime, recuerdo mío,
¿sabes
dónde vas cuando te olvido?

Y ahora que lo miro, hasta puede que esté completo, que sea nada más que eso, como este otro:

El olvido nos aleja
más que el tiempo y la distancia …

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