domingo, 14 de febrero de 2010

Invierno abajo, sin frenos, el carromato de la vida baja a trancos y tumbos como una exhalación hacia más vida naciente, Es el tufo de la primavera, que brota de la tierra, se huele y encalabrina. Incluso si nos estrellásemos, la primavera arrancaría más vida de los restos desparramados. Es tiempo de enamorarse de la vida y por eso leo que un viejo poeta confía en disponer de la llave de una puerta secreta, sólo suya, para abandonar este mundo cuando él decida. Nadie la tiene, sin embargo. Ni siquiera merece la pena tratar de disuadirlo. De lo que dice se deduce que ama y ha cantado durante toda su vida a la vida y no puede ahora mudarse a la mazmorra de la desesperanza. Le parece a él que tiene esa llave, pero no funciona. Hay multitud de puertas que no se abren nunca, salvo cuando pierde uno la razón de esperanza que está en cada mínima expresión de vida. Las puertas, los caminos, las trochas, las sendas, son como sugerencias de todo lo que espera al final de cada camino. No son negativas de vida, sino razones para vivir, andar, llegar y descubrir. Cada contrafigura reconduce al aspecto positivo de las cosas.

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