Vienen los niños y nos dicen que han crecido mucho. Lo dicen satisfechos. Es probable que no se den cuenta de que cuanto más crecen ellos, más nos empujan a nosotros hacia más allá de la vejez. Seguirían queriendo crecer tanto y tan deprisa si supieran que al crecer nos echan fuera del campo.
Como ocurre con casi todo, pienso que unos si y otros no. Algunos de los niños de cada casa, ni se pararían a pensarlo. Lo nuestro es crecer, dirían, y si ellos se tienen que ir, además de ser ley de vida, han tenido tiempo para aprenderlo e irse acostumbrando a la idea.
Otros se morirían de tristeza. Disimularían haber crecido. Se pondrían pesas en la cabeza para no seguir.
Estos son los que más pena me dan, y me darían aunque me engañasen. Suelen tener los ojos más grandes, más expresivos y más tristes. Sufrirán más, cuando sean mayores
Porque, además, es mentira mía. Solo una figuración, cuando más una metáfora, eso de que nos empujan al crecer. Ellos ni se enteran de semejante paparrucha, que sin embargo es también cierta, aunque nada tenga que ver una cosa con otra. Es el mismo tiempo, el que los madura a ellos y nos va repudriendo a nosotros, pero sin que tenga nada que ver aquella madurez con este agotamiento.
Lo único que sí tiene que ver es que, de muy pequeños, nos necesitaban. Ahora, al haberse empezado a hacer mayores, ya prefieren correr solos, y no se dan cuenta, ni debemos decirles, que su marcha, esa segunda soledad –la primera fue cuando se fueron los hijos-, además de doler casi tanto como la primera, tiene el coeficiente de multiplicación de repetir aquélla.
Hay que dejarlos ir. Es más, debemos animarlos. Vete, corre, vuela … Pero vuelve cuando necesites algo. No te olvides de volver, siquiera sea con un recuerdo. Los recuerdos de los seres queridos se sienten en las esquinas del alma, donde las ausencias sensibilizan, ponen o dejan en carne viva, la fragilísima piel del alma, que está hecha de olor de recuerdos y luz de luna, y sus desgarraduras se cosen con hilo de telaraña de una de esas arañas muy pequeñas, que el aire trae y lleva colgadas de un hilo que cuelga de nadie sabe dónde.
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