En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 15 de febrero de 2010
Lumartes de Carnaval y miércoles de Ceniza. Me voy a la Capital grande, navegando por este mar de frío que es el invierno de mucho más allá ya del año 2000, cuando se decía, todo a lo largo del siglo XX, que ocurrirían grandes cosas, se podrían en marcha inventos increíbles y la humanidad pegaría un salto equivalente, en su escala, al de los saltamontes. Luego llegó la crisis y estamos donde solíamos. Opino que el planeta Tierra es un ser vivo que parasitamos la gente y él, cuando le apretamos los tornillos, usa subconscientemente de sus defensas y nos advierte de la posibilidad de exterminio de la especie, que, para que la vida siga, sería sustituida por otra de morfología inimaginable. En la Capital grande, suelo pasar por la esquina donde un día me ocurrió una aventura que tal vez cuente y hubo un bonito comercio que duró muchos años. Un día, hace pocos años, cerró y el continente, la esquina del edificio, se ha ido deteriorando, sin que nadie lo alquile, pese a lo privilegiado de su situación, y me apena, cuando lo miro al pasar, con sus letreros de entonces, todavía legibles bajo la capa de mugre. La Capital grande ni se inmuta cuando entramos y salimos en ella. Nos digiere sin enterarse. Se ha ido quedando con muestras de su historia, que, poco a poco, como ocurre en todas las capitales, van siendo menos y más dispersas. Las capitales grandes mudan de piel y se quedan tan frescas, en seguida adaptadas a los nuevos tiempos y las maneras diferentes. Cada vez es más difícil de hallar uno de esos viejos rincones que se parecen a lo que la Capital grande era hace unas decenas de años. Queda alguno, yo estuve allí, que suena como entonces, o a mí me lo parece. Claro que desconfío, porque recuerdo libros y narraciones de hace mucho, que, al releerlas, no se parecen a como yo las recordaba. Nada es del todo verdad ni del todo mentira. Entender, saber que se está vivo es acercarse al descubrimiento de la parte de verdad que hay en cada mentira y viceversa. La Capital grande, aparte de hacerse cada vez mayor, me da la impresión de crecer más aprisa de lo que lo hace, al costar más a mi resuello de anciano recorrerla.
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