Voy y le digo a una consejera áulica que tengo, ayudante de campo, que he llegado más allá del lago, hasta el pensamiento contrapuesto del viejo truhán que, habiendo descubierto que hay pleitos que a se pierden, muchos más de los que a uno le gustaría, lo aseguro yo, que soy del oficio, y tras de vender su Ferrari, se dedicó a la filosofía aconsejable, que eso ya estaba inventado. Tengo yo unos cuantos recuerdos que utilizo desde hace muchos años para domeñar la tristeza que si no, ya me habría llevado a la huesa fría del desencanto. Hay dos o tres, en particular, radiantes, que incluso manipulo a mi gusto, saco del zurrón del subconsciente y lo adorno con fantasías complementarias, imaginaciones de hechos o de palabras que no estuvieron donde el recuerdo ese que digo, pero que aparte de proporcionarle incremento de luminosidad, abren posibilidades diferentes, como si en vez de torcer aquel día hacia un lado, lo hubiéramos, lo hubiéramos hecho los protagonistas hacia el otro.
El aprendiz ese de filosofo es sagaz. Lo son todos los que abandonan las apariencias, el oropel, de la riqueza y el poder y trasladan la rutina de sus días a una frugalidad tranquilizadora. Lo dijo Fray Luis, con aquello de la apartada senda de los pocos sabios que en el mundo han sido. Nadie se da cuenta de la riqueza del que nada necesita, pero no porque tenga mucho, sino porque parece que no tiene nada. Lo que pasa es que, de pronto, a veces, al que no tiene nada, se le ocurre que no es que haya renunciado a lo que tuvo y aparentó desdeñar, sino que le faltaron las fuerzas y no pudo seguir. Una duda se le ha subido a la espalda, como una mochila inesperada de que no puede desembarazarse. Acudirá, digo yo, al recuerdo del día brillante, repetirá su mantra. Shelley creo que lo dijo, sin embargo, un día, que gritar una obsesión es empezar a liberarse de ella. Hace falta, compañero, tener en el camino compañía. Lo que no se comparte no se tiene del todo. Por eso, recordar es inventarse compañía y obligarle, ya que es virtual, a que nos diga lo que pretendemos escuchar. Un verdadero lío, esto de vivir, hasta que te mueres, tratando de aprender a vivir.
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