En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
martes, 23 de febrero de 2010
Ultima semana de febrero. Un invierno excepcionalmente frío, húmedo, ventoso, de los de antes de la guerra, debería estar tocando a su fin. La guerra, además de muchas otras cosas, es como un hito histórico, que marca el lindero entre dos épocas y establece una pausa entre dos modos de vida de nuestra variopinta sociedad nacional. Bueno, pues este invierno es de los de antes. Un verdadero anacronismo, con fenómenos meteorológicos disparatados y producidos, en su mayor parte, fuera de sus territorios habituales. No me fío, sin embargo, de que sea cierto que el invierno esté dispuesto a irse de rositas. La floración de la mimosa, tardía este año, hace prever otra cosa. Tal vez la primavera se retrase y luego sea corta. La primavera y el otoño suelen ser estaciones preferidas por la mayor parte de la gente. Suelen parecer semitonos de la melodía climática, cuyos más violentos acordes suenan en verano e invierno. Esta tarde, de nuevo, recorreré media España. Desde la autovía, no se advierte el estado de inquieta incertidumbre de España. Apenas se ven pueblos, a lo lejos, ni gente trabajando las soledades de Castilla. Cuando se llega a la ciudad, se advierte una mudanza en el hecho de que cerraron o están en liquidación o se alquilan muchos de los que antes eran pequeños locales de negocio y comercio. Están más desdejados los hoteles. Falta personal, que, en gran parte, es ahora inmigrante. Cada vez son menos los taxistas que conocen el laberinto callejero de la ciudad, y más los evidentemente inmigrantes, que encienden el GPS y estudian el itinerario antes de tomar una dirección. Multitud de cosas están cambiando a ojos vistos y no da tiempo a tomar cuenta de lo que ocurre alrededor, ni a sondear la profundidad de las modificaciones en el modo y la manera de vivir, pero me doy cuenta de que la humanidad, en todo su inmenso conjunto, está mudando y escapándose de cualquier previsión posible. Y más cuando esas previsiones las hacen unos políticos que no evidencian y dudo que tengan capacidad para darse cuenta de la magnitud de lo que está pasando e imaginación para modelar y organizar las novedades que se les vienen encima a velocidades de vértigo. Todavía no han asimilado lo de cada ayer, cuando ya están a la puerta de cada mañana. Es un momento de la historia tan apasionante que da más pena tener que ir pensando en abandonar el puente del buque e incluso el buque mismo, que, en cuanto nos deje en la nostalgia del puerto, se hará de nuevo a la mar.
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