El planeta, como un organismo vivo que es, se defiende de las agresiones que produce en su organismo cada desorden provocado por la tecnología. Terremoto aquí, tormenta allá. Cada herida que nuestra conducta humana inflige al ecosistema, hace que sus anticuerpos se activen e intenten restablecer la salud del conjunto. Y cada reparación, deja huella, cicatriz, obliga al virus, que somos nuestra especie, a mutar e irse acomodando a las nuevas condiciones de vida, es decir, de convivencia, del conjunto. Y así hasta veremos cuándo. Unos por ahora hipotéticos descendientes nuestros, lo verán, sufrirán o gozarán, según corresponda a la evolución paralela de la especie y de su cultura, por ahora me temo que erráticas.
Viene, con el paso largo y el frío en el alma, la primavera de este año. No se le advierte prisa, como si estuviera predispuesta a ser una de esas primaveras que casi no son, puro abrir y cerrar de ojos, lo que tarda en cantar un gallo, un parpadeo. Acabo de tirar dos libros a la papelera. No hay derecho a que los vendan en las librerías, que se suponen mercados de libros por lo menos aceptables. Estos, son, a mi modesto juicio, ambos, basura. Una pena que se haya gastado papel y tinta en imprimirlos. Para colmo, uno estaba traducido por alguien que o no sabe castellano o no ejerce, ya que hasta las preposiciones equivoca y llega a escribir “en” por “con”, cosa que cuando la narración es banal y disparatada, añade un coeficiente multiplicador de insoportabilidad a la lectura. ¡Y mira que soy de los convencidos de que no hay libro que no aporte algo al lector!. Este debe sr la proverbial excepción que confirma la regla. Paciencia. En cambio leo en El libro de los saberes, de Gala Naoumova, publicado por Siruela, unas “conversaciones con los grandes intelectuales de nuestro tiempo”, que me incitan a profundizar en cada convicción que expresan. La humanidad sigue viva. Es casi primavera.
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