lunes, 9 de agosto de 2010

Hay una casta de personas que hace bien lo que los mediocres hacemos mal, pero con entusiasmo. Me pregunto si se percatarán de ello, si un genio se dará cuenta de que ha realizado, cuando lo hace, una obra de arte y si eso lo hará muy feliz o no. Todos hemos leído, de alguno, que su genialidad no fue reconocida sino después de muerto, pero eso no tiene nada que ver con lo que yo acabo de preguntarme, puesto que él o ella tuvieron ocasión de contemplar su obra y admirarse en su caso. Porque a lo peor, el genio se queda en la duda de si lo que termina y firma será o no objetivamente tan admirable como a él puede parecerle o no.

Pleno agosto, vacación, para una abundante multitud, que se aglomera en playas y caminos. Y sin embargo, quedan muchos paisajes vacíos, por donde corre solo el viento y suena para nadie o para un caminante ocasional, un casual espectador, el agua que mana o que pasa. Apunto la idea de que la multitud tiende a congregarse en masa, alrededor y rodeada de sus cochecitos, sus carruajes y sus cochazos impresionantes, cada cual con su compacta relampagueante, que, poco a poco, roba las esquinas de unos hermosos paisajes, que en la fotografía se olvidan, languidecen y tal vez después de años alguien se pregunta dónde sacamos aquel día, durante aquel viaje de un año que no recuerdo cuál fue, esta fotografía que ya no es de ninguna parte, pero recuerda la existencia de un hermoso lugar que ya nunca sabrá nadie dónde estuvo aquel día radiante.

Los lugares que el espectador ha recorrido y admirado, no tienen, en efecto, por qué permanecer, y nadie, tras de haberlos recorrido y haberse marchado de allí puede saber si el lugar volverá a parecerse a sí mismo, por lo menos tal y como él lo admiró precisamente aquel día. Estoy de acuerdo con Heráclito en que ningún momento vuelve a ser como otro ya ocurrido ni como alguno que ocurrirá.

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