En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 21 de agosto de 2010
Son una charanga de Alicante. Los Gavilanes, se llaman, Un día alguien los contrató para venir a tocar en las fiestas de san Timoteo, que cierran el verano de la villa de Luarca, Blanca de la Costa Verde, le inventó para estrambote de adorno, es decir, nombre estrambótico, un alcalde de otra época. Pero de eso hablaré otro día, si acaso. Hoy lo que me importa es que desde aquel año, la charanga de Los Gavilanes se ha integrado en nuestras fiestas cantábricas y vienen espontáneamente, y, nada más llegar, se ponen a recorrer el pueblo, que es como si despertase del letargo de lagarto al sol del corto y ahora cálido verano. Los Gavilanes, de Alicante, de que me declaro rendido admirador, tocan como casi nadie la música que me gusta de Nueva Orleans. Ellos solos encienden una alegría que luego recorren muchos colores, sonidos, estampidos y variopintas locuras festeras. Lo mío, dejando aparte las exquisiteces habituales de índole gastronómica, son Los Gavilanes y su música. Me arrastran por calles, callejas y callejones. Me paro con ellos en las encrucijadas y los miro entrecruzarse, como gastadores legionarios, sin dejar de insistir en esas algarabías donde cada músico parece ir por su lado, pero todos juntos agitan la pompa elástica de sonido y luz que como el flautista de Hamelin arrastra un rebaño de niños, jóvenes, adultos y ancianos con nietos de la mano. Me maravilla ver que la gente conserva esa increíble capacidad de formar grupo, rebaño tal vez y seguir la música como en estado de hipnosis colectivo. Se van unos y acercan otros. Los Gavilanes forman un cometa que atraviesa las postrimerías de agosto como un misterioso fenómeno de luz y sonido. Los seguimos con la tristeza de que se puedan ir pronto a flor de esta desmesurada alegría con que nos están ahora mismo emborrachando. Emborracharse, por lo menos una vez al año, no muchas, pero sí una por lo menos, puede que sea, si no indispensable, muy recomendable para conservar el nivel de humanidad que pone en peligro enterarse por ejemplo de lo chiflada, crispada y disparatada que anda mucha gente. Leo en la prensa que un energúmeno la emprendió a tiros ayer y mató y remató a una persona por una simple discusión de tráfico.
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