viernes, 13 de agosto de 2010

-¿Qué quiere comer?
-Peces –le digo-
-¿Qué clase de peces?
-Da igual. Peces, y, de postre, arroz con leche. Al arroz, antes de traerlo, le pasa usted por encima algo, el hierro de la cocina o una plancha de hierro. La abuela lo hacía y por encima del arroz se formaba una delgada, fragilísima costra de caramelo crujiente. Eso quiero.

Y eso me dio ayer, y pan, y vino albariño y un café cortado, negro, espeso, razonablemente azucarado.

-Gracias,
-A usted, por haber venido a comer.
-A ti, por darme comida.
-Bueno, nos daremos las gracias recíprocamente. A ti por darme de comer y a mí por haber comido. Por cierto, ¿qué pez era?
-Lubina.

Cuando yo era niño, a la lubina, en el puerto, le llamábamos roballiza, mi madre la ponía al horno, con patatas panaderas por debajo. A mí siempre me gustaban más las patatas que el pescado. Mi madre aprendió a cocina cuando vinieron las guerras y se acabaron las cocineras, salvo para ricos y afamados.

-¿Qué son afamados?
-Lo sabes tú bien. Toda esa pléyade de vividores que trabajan tanto para no dar palo en el agua y pasan de boca en boca, contando sus vulgaridades para que la gente nos quedemos asombrados de su prodigiosa desfachatez. El auténtico milagro es el de la cantidad de gente a que proporcionan empleo, dedicación o por lo menos modo de vivir sin demasiado esfuerzo.

Agosto se despereza tarde, como buen mes de vacaciones. Llueva o haga sol, abres el balcón de par en par y entra el aire de la mañana, todavía sin gastar, cristalino, que huele a mar y a río. Muy altas, graznan sin entusiasmo las gaviotas. Un poco más abajo, la bandada de las palomas se aprieta acosada por el halcón importado para diezmarlas antes de que se nos coman. En el río, entre los patos, disimulando, un cormorán se agencia el desayuno a base de truchas pequeñas, que eran las buenas de cuando abundaban, que se comían como los boquerones, cola y cabeza incluidas. Ahora ni grandes ni pequeñas. Pusieron unos letreros que avisan de que este tramo de ría es “coto de pesca sin muerte”. Pescar y soltar el pez. Otra mentira más, para el zurrón social del tiempo que viene. Leo que alguien ha opinado que para sobrevivir, los humanos habrán de colonizar el espacio. Interesante asunto, que por desgracia a muchos ya no nos va a concernir. ¿Se podrá sobrevivir en el recuerdo de otro? Y allí, en el encierro, entre las cóncavas paredes de un cerebro ajeno, ¿seremos como fuimos o como él nos consiga o nos prefiera recordar?

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