viernes, 20 de agosto de 2010

No te olvides
de poner el cazamariposas
en la esquina del jardín, bueno del patio
(no tenemos jardín),
donde te he dicho en secreto
que pasan
las hadas
al atardecer.

No te olvides de ponerlo
por más que se rían
los enciclopedistas
y los escépticos,
tu y yo
sabemos
que pasan.

Y si no son las hadas, serán ángeles
disfrazados,
por miedo del rechazo de los hombres
de mala voluntad.

Los ángeles son fuertes, yo lo sé y tú lo sabes,
pero tienen prohibido
enfrentarse a la gente.

Deben pedir la limosna
de que confiemos
en ellos.

Por eso podríamos cogerlos con el cazamariposas,
-y si no serán hadas y tendrán
varitas mágicas-,
aunque no sean más, al fin y al cabo,
que diminutos pájaros silvestres,
para,
sean lo que sean,
poner con la extraordinaria delicadeza de que sólo tú eres capaz
un beso
en lo más suave de sus alas,
antes de dejarlos, en seguida, de nuevo
en su gloriosa,
radiante
libertad
de repartir belleza y alegría a manos llenas,
todo a los largo y lo anche de este mundo absurdo,
anochecido
de tristezas.

No hay comentarios: