Lo único que es posible comprobar que ocurrió fue lo que compartimos con otros. Lo ocurrido durante nuestra soledad, ¿quién se atreve a garantizar que fue más que un sueño o tal vez una de esas correcciones que hace el subconsciente en la memoria para mejorar nuestra imagen y que no naufraguemos en la desesperación de que lo ocurrido se haya escrito ya en la tabla del pasado y sea imposible cambiarlo por más que ahora se empeñen tantos en borrar una parte de la historia y reescribir otra de modo tal que ya no es la historia sino una leyenda con los papeles caóticamente redistribuidos entre unos personajes que jamás existieron, pero odian y admiran por sustitución o por mero entretenimiento intelectual, que de todo habrá?
Ve mucha gente el mundo desde su punto de vista y ni se imagina que a la misma hora del mismo día, en el mismo lugar, cada asistente ve lo mismo solo que desde otra perspectiva y en la misma playa descrita por Camús en La Peste, unos vivieron el mismo día, a la misma hora, bajo el mismo sol, durante unos efímeros tiempos paralelos, en una sucursal del infierno y en una del paraíso.
Leo en La Vanguardia un brillante artículo sobre La Codorniz de nuestros amores estudiantiles, cuando nos satisfacía tanto que nos gustase y al mismo tiempo nos halagara el fácil elogio del suelo de su portal de acceso:”la revista más audaz para el lector más inteligente”. Si nos gustaba, dedujimos todos alguna vez, era porque éramos esos lectores inteligentes. Pero se equivoca a mi juicio el autor cuando la considera un espécimen extravagante de su tiempo oscuro. En primer lugar porque para una juventud como la suya o la nuestra, no hay oscuridad que pueda, y en segundo porque el humor caótico inventado por Mihura a partir de lo cotidiano distorsionado, como el terror dimanante de su distorsión, que utiliza Lovecraft, es una consecuencia de los caóticos tiempos y las distorsiones de lo humano sufridas durante los siglos XIX y XX por una sociedad enloquecida, que, al mismo tiempo, había producido el cubismo, el surrealismo y el existencialismo, todos ellos desembocados en el estructuralismo y la nada irremediable.
Mi confianza sigue puesta en que todo resucita, y, hasta que lo hace, en el tiempo intermedio, ensaya renovándose y renaciendo, convirtiendo siempre la muerte de algo en el nacimiento de otro algo.
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