En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
jueves, 26 de agosto de 2010
Me pregunta una moza a pie de kiosco de periódicos por qué se juntan los reyes y las princesas en las bodas de otros príncipes e infantas y se queda muy tranquila cuando le contesto que es que como todo el mundo a veces les gusta asistir a bodas, que es cosa esperanzadora e ilusionada y nosotros, la gente de los pueblos, no solemos invitarlos a las nuestras, no les queda más remedio que juntarse en las de sus semejantes. Copio un texto de Cicerón, escrito algo más de medio siglo antes de Cristo en que dice que “el presupuesto tendrá que estar equilibrado, el tesoro tendrá que volver llenarse, la deuda pública se tendrá que reducir, la arrogancia de la burocracia tendría que ser atemperada y controlada y la ayuda a las tierras extranjeras tendría que eliminarse para que Roma no entre en la bancarrota. El pueblo debe aprender otra vez a trabajar, en vez de vivir de la asistencia pública.”. Nihil novum sub sole. Uno tras otro, los grandes y los pequeños de la tierra nos iremos a hacer puñetas aconsejando lo mismo y haciendo lo contrario a eso al parecer aconsejable, porque hay más gente aficionada a la dulce experiencia de dejarse ir, que a enfrentarse a contra corriente con los problemas. ¿Para qué solucionarlos, si de la solución se deriva siempre una nueva caterva de preguntas? Me pregunto si la trampa democrática de suponer que la justa medida es más probable que la encuentre la mayoría que unos pocos viene a ser una especie de cáncer social, un sida, la enfermedad de nuestro siglo, como la tiranía fue la de la época de la mirada mágica, el feudalismo o la inquisición. A veces hay que recordar que según dicen el casual hallazgo de la penicilina se debió al estudio experimental de la coproterapia. En la historia del mundo, las comadronas bañaban a los recién nacidos en su orina propia, la de las comadronas, o en orina de asno, para así librarlos de ciertas enfermedades. Ha bajado hoy, entre este tremendo calor bochornoso de finales de un caluroso agosto, mi digresión, como las aguas lentas de un riachuelo borracho en la desembocadura. Para colmo, leo que están drenando el oculto lago subterráneo, el acuífero secreto generado por la rápida licuación de la morrena de un glaciar de los Alpes, por miedo a que forme una torrencial avenida que se llevaría un pueblo. El aire está tan quieto, que hasta permanecen posadas las gaviotas veleras y las nubes, perezosas, se van quedando, acumulando, amenazando. Zumba un moscardón y como contrapunto, silba un mosquito.
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