En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 29 de agosto de 2010
No es que todo sea paradójico, que lo es, sino que todo lleva en sí la paradoja ínsita de su contradicción. Lo digo nada más leer que en opinión de Alberto Savinio –Nueva Enciclopedia, Acantilado, febrero 2010- Europa es la tumba de Dios. El buen padre Dios es la resurrección y la vida, pero, ¡tremenda paradoja!, el buen padre Dios, que no puede morir, ha de hacerlo, tolerarlo, sufrirlo, para poder resucitar. Corrijo, pues, a Savinio. No es la tumba, sino el lugar de la vida, a través de la en otro caso imposible resurrección. Solo que para el buen padre Dios no hay imposibles, puesto que El es la posibilidad de que todo sea, de modo que no necesitaría de la vieja Europa, ni de la nueva, para llevarse el ombligo de la civilización desde una esquina a otra de la superficie de nuestra esfera –sensiblemente esfera, pero esfera imperfecta, otra paradoja- y que así sea a la vez posible la profundidad oriental, la superficialidad de los diletantes, especialistas en la digresión maravillada, que el indio navajo entienda que formamos un todo indisoluble con cuanto nos rodea, los presocráticos se sumerjan en una mitología antropomórfica y se hinchen de satisfacción cada tarde unos cuantos escépticos, que, habiendo suicidado su concepto personal de la esperanza, consideran haber acabado con el sonriente buen padre Dios, que los sigue amando puesto que contribuyen a posibilitar reproducciones a mínima escala personal de la resurrección en que consiste en nacimiento real a lo que verdaderamente importa, porque si no fuese así, nada importaría. Permanecer unido a la fe es un acto de la voluntad, todo lo demás es imposible, luego ha de dársenos por añadidura y por alguien para quien no haya imposibles. Una actitud importante, tal vez indispensable: querer recibir y estar dispuesto. Lo decía el impenitente escritor: dejadme que esté constantemente escribiendo mis necedades banales, no sea que la inspiración me llegue un día y me encuentre dormido y pase y pierda yo mi tal vez única ocasión de decir las palabras que traía para mí, en el orden debido, en el momento oportuno.
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