sábado, 7 de agosto de 2010

Un tiempo para cada cosa, dice el Deuteronomio que lo hay y yo creo que dice verdad, y no sólo es así sino que tiene que ser, para que sea posible el necesario equilibrio de cosas y de ideas.

Una y otra vez se descubre y redescubre la capacidad de algunos para ver conceptos y realidad de manera diferente a como lo vemos nosotros. Supongo que habrá que ser humilde y pensar que podríamos ser nosotros lo equivocados, por claro que nos parezca que es como pensamos y no como deduce el interlocutor.

Tal vez lo indicado, en estos casos, sería irse, apearse del barco que uno está convencido de que no va a superar la travesía. Cualquiera sabe lo que es mejor en cada caso. Vivir es correr en cada momento, a cada paso, el riesgo de equivocarse. Es fantástico y apasionante que sea así, que resulte una aventura en que uno se juega todo lo que tiene, que en realidad no es más que la vida, puesto que todo lo demás se pierde por añadidura cuando se pierde la vida, y a veces incluso durante ella, por no haber sabido optar por la decisión correcta.

En otro orden de cosas, impresiona ver lo que pasa en la ventanilla de la televisión, que ha venido a ser como la ventanilla del tren o del coche cuando vas de viaje y adviertes que hay gente, vida, alrededor, afuera, que puedes imaginar y comprobar. Bueno, pues estuve viendo lo que ahora llaman una fiesta. Quedé asombrado. Una inmensa multitud vibraba y saltaba dando gritos inarticulados. Les echaban agua, alzaban los brazos y seguían aullando y botando. Un sonido de percusión monótono, reiterativo, mantenía el ritmo. Alzaban grandes botellas y daban grandes tragos. Sudaban. Ya se que hay otra clase de fiestas, claro, pero en ésta se había congregado una verdadera multitud, que sospecho que embebida en un ritmo de alguna extravagante cultura, había dejado de pensar. Tal vez la fiesta sea eso: una evasión de la decepcionante realidad del umbral del renacimiento que viene. Tal vez sea el hervor preparatorio, el sacrificio inicial de una cultura decadente, al rampa de lanzamiento del futuro, todavía inimaginable, que. Nada es inútil, nada pasa por casualidad. Seguro que un poco más allá sigue habiendo vida, incluso esa fiesta lo es, por más que parezca una deshumanización colectiva, de esas que convierten a la gente en parte de un alud, que en eso consiste las masas. Son, creo, estampidas comunales de nuestro subconsciente último, el que compartimos todavía, compartiremos siempre, con los neandertales.

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