Resulta patético que se reconozca un fracaso, cuando, en seguida, se pone de manifiesto el propósito de que se va a enmendar. Lo adecuado para estos casos es enmendarlo y enmendarse, y, sólo después, publicarlo a bombo y platillo para que todo el mundo se entere.
Lo otro me recuerda un perro que tuve, conmovedor cuando metía la cabeza debajo de cualquier cama o de un montón de ropa y se consideraba oculto y protegido, con todo el cuerpazo fuera y a plena luz. Intentan, los fracasados, para mí siempre respetables, disimular el hecho. Supongo que así se sienten algo justificados. “No somos del todo responsables –parecen querer advertir- de lo ocurrido. Lo enmendaremos en seguida”. Lo enmendarán o no, en realidad, que a veces las cosas no son ni tan fáciles ni tan difíciles como parecen. Lo importante, acaba de decirme un amigo en la calle, es no rendirse. “Rendirse nunca”-, estiró con evidente dificultad, para decirme, su endeblez, ya parecida a la mía, con el peso de primaveras, veranos, otoños e inviernos que a ambos empieza a abrumarnos.
Como estamos en víspera de fiestas, disparan cohetes y se alborota la población de gaviotas. De algún modo, la escena, con el aire rasgado de graznidos alarmados, recuerda la de los políticos, que justo ahora, cuando advierten síntomas de convocatoria electoral, salen de sus mechinales, se mueven en sus pedestales, rebullen en sus poltronas y graznan, alarmados, anunciando multitud de buenas nuevas para el común de los sabiamente desconfiados mortales de a pie entre que me cuento y considero.
Miércoles, mercadillo, estalaches y chiringuitos. Un negro vestido de fiesta, rojos, amarillos, ribetes y lentejuelas en su amplia túnica, me pretende vender un elefante casi de tamaño natural, me conmueve y le compro otro más pequeño. Fruta, embutidos, quesos, abalorios, discos de todas clases, marcas y pelajes, piratas o no. Caramelos, hierbas medicinales, cestos, cascabeles de latón, muñecos, zapatos, ropa de todas clases. Almireces, campanillas, plantas y flores, cuchillos, navajas de Taramundi, que cortan un pelo en el aire. Deme naranjas, fréjoles y plátanos verdes. Rehúsa hoy el sol su cooperación, pero alienta oleadas de calor húmedo, humedad de río y de mar, que entrambas de conjugan y convierten en sudor. Verano, pero han muerto ya los lirios amarillos, que señal de anuncio de presagio de advertencia de vísperas de otoño. En Méjico, fecha el periódico una noticia de los vigilantes de la salud, según la cual ha muerto la pandemia de la gripe A. Me acuerdo, por analogía, de aquella tremenda frase de Brecht, cuando censuraba que se alegrasen por la muerte de un tirano, “la perra que lo parió –dice Brecht-, está de nuevo en celo”. Cualquier día aparecerá la gripe B, o la Z, y si ésta recién psada fue porcina, la próxima será asnal o rinoceróntica. Vaya usted a saber.
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