martes, 31 de agosto de 2010

Certero, claro y conciso en sus análisis de la respectiva escritura de varios poetas, Alarcos deleita mediante su “Eternidad en vilo” en que hurga en la poesía de Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego. Alarcos, prodigioso conversador, erudito, sensible, escéptico y tierno. Creo que nadie supo nunca qué era lo que exactamente pensaba y que él mismo se sorprendía, escondido detrás de las gafas, sin dejar de intervenir en la conversación interminable de una sobremesa.

Ya no es su ciudad la ciudad aquélla. Ahora, los habitantes de las ciudades se desconocen, refugiados cada cual en su castillo, aislados. Tal vez uno de los más característicos pecados del siglo XXI sea el aislamiento. Pero no puede ser pecado porque no hay deliberación en el hecho. Nos quedamos en casa porque ahora cada casa es una taberna una cafetería, un cine, una tertulia, un mirador, y suele haber calentadores en invierno, y cada vez más refrigeradores en verano. Y los que no pueden quedarse, porque no tienen ni casa, han huido ya en busca de fortuna, de ideas, de vida o de la muerte que también los espera.

El coche nos hizo esclavos y la televisión y el ordenador nos han hecho prisioneros. Dentro de poco nos habremos debilitado un poco más y lo mismo que ahora nos hace daño el pollo de aldea, acostumbrado como estamos a comer los de granja y la leche de vaca, ya que solemos consumir su residuo envasado, nos empezará a hacer daño el aire de cualquier paisaje.

Paracelso se equivocaba, en mi opinión, al sostener que hay tipos básicos y diferenciados de personas. Creo que las personas son básicamente muy parecidas, lo que ocurre es que desde lo esencial, en que se incorporan circunstancias genéticas y en lo superficial, sobre que manipulan y actúan las circunstancias, cada individuo adquiere, recibe y de algún modo incluso por sí mismo lucha para adoptar una forma distinta y somos la tensión centrípeta de nuestra semejanza y la centrífuga de lo que nos diferencia. Una especie de equilibrio a que nada de lo humano es ajeno, de modo que en cualquier momento podemos mudar y parecernos o disociarnos hasta extremos inconcebibles y aparentemente diferentes y hasta contradictorios.

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