En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
En setiembre, la capital de esta región –ahora llaman autonomías, concepto por definir, en mi opinión, en el ámbito del derecho no sé si administrativo o político-, bueno, pues, si quieres, la capital de esta autonomía, que si prefieres también escribiré con mayúscula inicial: Autonomía –me imagino la sonrisa sardónica de mi profesor de Político, don Nicolás Pérez Serrano, si tuviera que explicarnos a las nueve de la mañana, que era la hora de su puntualísima clase, entre caramelo y caramelo de malvavisco, lo que podría ser una Autonomía, y me imagino la indignación de don Federico de Castro y Bravo, que aunque no explicaba Político, al hablarnos largo y tendido de la parte general del Derecho civil, que en derecho Privado es la madre del cordero, se quedaría sin palabras-, lo cierto es que la capital en cuestión inicia sus fiestas tradicionales de san Mateo. San Mateo fue el evangelista encargado de enseñar a los suyos, los judíos, impregnados como vivían en la época de la vieja Ley, en la que todo debería en el futuro por una parte apoyarse y por otra reinterpretarse. En la capital de mi Autonomía, que no es mía, sino que tal vez sea yo el que le pertenezco a ella, san Mateo tiene el tono y la interpretación lúdica que viene a cerrar todas las fiestas y festejos estivales de esta Autonomía. Los funcionarios y empleados, que siempre han sido sabios, piden las vacaciones en agosto, porque setiembre es en realidad una semiprolongación de las vacaciones, unas vacaciones en tono menor, con el trabajo ralentizado por el espíritu festero. Antes, los paisanos, paletos y palurdos del ámbito rural, íbamos a la capital de la Autonomía, con nuestros otros burros –los de cuatro patas-, enjaezados y almohazados con esmero, nuestras alforjas repletas y nuestras mantas de cuadros, a visitar los tiovivos, los tiroalblancos y las demás variopintas barracas del campo de maniobras. Ahora, las fiestas son de chiringuito o de alto copete y los paisanos, paletos y palurdos, asistimos de corbata, pero desconcertados y sin saber qué nos concierne y atañe de unos y de otras.
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