Si al llegar a mi edad no has logrado construir tu propio mundo, conmixtión de realidad y fantasía en el recuerdo, como cimiento de tus conclusiones actuales y de la escasa esperanza del efímero futuro que me cabe esperar, es probable que ya no tengas ocasión.
Un mundo propio da carácter secundario a las citas de autoridad que hagas. Tus citas serán prioritarias y habrás descubierto que si están en tela de juicio, no lo están menos las que antes usabas para prestigiar tu provisional coincidencia de criterio con alguna de ellas para reforzar cualquier argumentación.
Citas, las nuestras, que no lo son de antología, pero sirven para andar por casa con la misma probabilidad de certeza que cualquier otra de reconocido prestigio. Y sin embargo continúa resultando sorprendente la capacidad de algunos de los que leo con más o menos frecuencia para expresar algo como a mí me habría gustado saber hacerlo. Elegancia, sencillez, concisión. Contrasta con este perderse en palabras, como los niños de los cuentos se suelen perder en lo más profundo del bosque, demasiado frecuente en mis digresiones. ¡Corrígelo, imbécil! –aúlla otro de mis yos; y el otro yo mío, el principal, me vuelvo airado y respondo que entonces se perdería la frescura; y él, ladino, cruel: ¿a qué frescura te refieres?-
Prefiero la frescura llena de errores a la bruñida perfección nítida y neta, esterilizada, de laboratorio. Seguro, sin embargo, que hay un respetuoso término medio. Respetuoso por el respeto que al escribir debemos al lector, aunque sea improbable, aunque no exista. Por pocos que sean.
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