Solecico septembrino, flojo y temblón, herido de nordeste. El banco del jardín que en realidad es el banco del patio, si no cierras los ojos, que los cierro, y te imaginas el jardín, porque huele a limonero y rosas, y entonces es un jardín, digas tú lo que digas y dígalo la razón, que para eso está la parte de imaginaciones locas que nos distorsiona vete a ver qué parte del cerebro y de cuál de los cerebros. Laila se enfada porque fuera, en el muro, se ha sentado un señor mayor, agobiado de bolsas de pan y años. Las bolsas las posa en el suelo, los años, mutados en sudor, se los enjuga con un gran pañuelo blanco que enoja aún más a Laila, que redobla sus ladridos. No pasa nada, le digo, ven, y la acaricio, pero ella desconfía, se advierte en seguida que todavía no me cree a pies juntillas, como un perro debe creer a su amo, que en realidad a quien cree es a mi mujer, que le echa de comer a diario y le limpia sus descuidos se cachorro inquieto.
El cielo es azul, pero ya no tan azul. No hay nubes, pero se presienten. Se advierte el otoño en la prisa que azuza al sol hacia su ocaso estos días y que esos ocasos no se pintan de naranja y oro.
Ralean, leo hoy, las vocaciones de curas y monjas. Por lo menos en el entorno de lo que dicen que sería la unión europea, pero pienso que a mí no me va a llegar a tiempo de festejar una Europa junta, definitivamente sin rayas ni fronteras. Un sueño todavía y menos mal que fueron capaces de hacer una moneda para casi todos. Asunto disparatado que a los más viejos nos ha desconcertado y no sabemos si llevamos dinero o si llevamos demasiado ni lo que en realidad nos cuestan las cosas. Llegados a casa, echamos cuentas y nos tambalea a veces el susto.
Sigo, periódico de domingo, siempre más gordo, y me encuentro con las tonterías que es capaz de decir parte de la gente que respetaba. Supongo que eso debe equilibrarse con lo que dirá con singular e inesperado acierto otra gente de la que no respetaba. Además, el periódico de domingo, como ha de ser por lo visto más gordo, contiene más letras y decir mucho propicia mayores probabilidades de acertar o de decir muchas y mucho más y más gordas tonterías.
Aquiles alcanza a la tortuga porque no cabe dar ventaja en el tiempo y celebrar la carrera en el espacio o viceversa. Si la ventaja se concede en el tiempo, debe correrse en el tiempo y si en el espacio, allí debe correrse.
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