Cultivan lo inaudito, escriben cacofonías de la delicia de sus renuncias al pudor habitual de nuestra cultura. Nos están cambiando a un mundo que consideran y definen como menos hipócrita. Ignoran que lo que llaman verdad no es más que otra mentira provisionalmente alhajada y venerada como nuevo icono de otra cultura diferente, que en seguida y de nuevo necesitará de sus supuestas mentiras y sus supuestas hipocresías para que lo humano conviva hacia el futuro.
Piensan que nos están deslumbrando, regocijadas, colectivamente olvidadas de que en su decadencia y por ejemplo la sociedad romana inventó procacidades mucho mayores que las suyas, más complejas y sofisticadas, pero la sociedad es casi siempre un vaivén de permisividad y limitación que la equilibra porque resultaría insoportable incluso la permanente exhibición de la estética del desnudo, cuya tersura no resiste a la intemperie más que si acaso unas horas, transcurridas las cuales no es sino carne doliente de nuevo, ajada por el exceso.
Juegos florales del disparate, versos lujuriosos, impudor de la sexomanía libertaria. Echas de menos en seguida que las acometidas de lo oscuro dejen paso a quien vuelva a hablar de las blandas cosas ridículas para estas sacerdotisas de lo vulgar envenenado o disfrazado de éxtasis.
Vestirse, ropa o disfraz, es a la larga siempre indispensable hasta para enfrentarse al frío o defenderse del calor.
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