Fui con varios centenares de miles de peregrinos a ganar el jubileo del Jacobeo y me maravillaron los habituales prodigios de Santiago incluidos, por este orden: el número de peregrinos; había como un aire de fe o búsqueda de ella entre la multitud que poblaba calles, albergues, tascas, chiscones, casa de comidas y similares de toda categoría y condición y flotando en el aire calecido de fin de verano, pero, en segundo, la disparatada desorganización del acceso a la catedral y el culto a que llega derecho el peregrino, sea cual fuere su condición. A alguien se la ha ocurrido la sinrazón de poner en obras de reparación y restauración el Pórtico de la Gloria en Año Santo del Apóstol, y no sé si como consecuencia o en paralelo que no hay más que una Misa de Peregrino al día y no hay modo de acceder a ella y poder entrar en una catedral guardada por todo un ejército de vigilantes de puertas, mas que previa una cola, de tres o cuatro en fondo, de horas –estoy hablando de más de tres-, bajo las clemencias o las inclemencias del voluble tiempo gallego, sólo en esta misa vola el botafumeiro, salvo, en otras posibles, mediante estipendio, y en vez de arbitrar misas en la plaza del Obradioiro o poner en ella pantallas para asistir desde fuera a las que se celebrasen dentro, allí lo que se le había ocurrido a vete a ver quién montar era uno de esos catafalcos impresionantemente negros, cuajados de luminarias y de altavoces, desde que suelen fingir que cantar, aúllan y se distorsionan los artistas de nuestro tiempo. A más de una, de dos, de diez personas diferentes, en un solo día, pude oír que se lamentaban de haber ido a Santiago para asistir a una Misa del Peregrino, pero tenían que regresar sin haber ni siquiera llegado a entrar en la catedral compostelana.
No habrá, creo, otro Jacobeo hasta dentro de muchos años. Tiempo tienen de meditar, las autoridades eclesiásticas y civiles, respecto de la conveniencia de atender con el debido decoro a la multitud de gente que acude a este por otra parte maravilloso lugar de una hermosa tierra, en que la fe de una ingente y creciente multitud ha logrado que, sea o no materialmente cierto, sea sin duda ya seguro que está enterrado el Apóstol Santiago.
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