miércoles, 29 de septiembre de 2010

Digo yo que un derecho es algo, comoquiera que prefieras definirlo, de que alguien, a quien el derecho pertenece, puede o no ejercitar. Me refiero hoy al de huelga. Puedo, si quiero, yo sólo o colectivamente, en ejercicio de ese derecho, declararme en huelga. Si alguien me obliga, ya no se trata de un derecho, sino de algo que alguien me obliga de algún modo a hacer. Nadie está legitimado para aseverar que un colectivo, en su totalidad o en determinados porcentajes de sus componentes, se ha declarado en huelga, ha ejercitado colectivamente su derecho, cuando una parte mayor o menor de ese colectivo ha sido obligada de algún modo –se incluyen la coacción y la violencia física- a hacerlo.

A partir de ahí, cuantas conclusiones se pretendan obtener de este sólo supuesto ejercicio, en parte irreal, serán irreales, falsas, virtuales, engañosas y equivocadas.

No lo digo aquí y ahora con intención ni finalidad política, económica o social de ninguna clase, sino desde el punto de vista puramente filosófico.

Toda una multitud, constituida por cuantos querrían haber vivido hoy una jornada normal y realizado como cada día su rutina ha sido molestada inútilmente. Y pongo como ejemplo el mío, que fui esta mañana a una superficie comercial donde estaba comprando víveres para mi casa, cuando unos desconocidos han llegado y ordenado sin más trámite cerrar el establecimiento, que, hasta entonces, había sido abierto y estaba funcionado pacífica y normalmente, “porque hoy es día –gritaron- de huelga general, y hay que cerrar”. Se me ha expulsado de allí, informado por un empleado de que en cuanto se fuesen los desconocidos perturbadores, el comercio se reabriría, como en efecto ocurrió, y podría, como en efecto pude, completar mis compras. Parecería cómico, si no resultara tan lamentablemente trágico.

Nadie debería, en lugar civilizado, poder obligar a otros varios a ejercitar derechos contra su voluntad, protestar o aclamar, cuando no se quiere hacer, y si tal ocurre, el país ha dejado de ser un estado de derecho, la libertad se ha coartado, la paz se ha alterado y la justicia ha brillado por su ausencia para remediarlo.

Personalmente, me parece lamentable demostración de la errática manera de que, evidentemente tan asustados como desorientados, nos estamos enfrentando a la posibilidad de estar cerca de la salida del túnel de las crisis y descubriendo que casi nada es igual ahora y es preciso inventar para este paisaje, este mundo nuevo, tan diferente de aquél de casi ayer mismo.

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