Ahora es o son uno o varios jueces argentinos los que han decidido investigar sobre lo que siguen llamando el “franquismo”. No voy a entrar en la polémica posible acerca de si existió un “franquismo” o no, pero sus referencias perteneces sin duda ahora a la historia y no son los jueces, sino los historiadores los que pronto podrán empezar a opinar libremente a su respecto.
Nos ha tocado a algunos vivir, sobrevivir, en la etapa doliente de los dos siglos quizá por ahora más problemáticos de la historia de Europa: los XIX y XX. Dos tremendos siglos a lo largo de los cuales, la gente pasó de la ignorancia generalizada a la comunicación plural y desbordada. Un tiempo durante que quienes apenas podían conocerse, pasaron a relacionarse con todas las tremendas consecuencias de una estrecha convivencia.
Un contexto de tremendas convulsiones, crisis profundas, estados sociopolíticos y socioeconómicas de fiebres y convulsiones casi insoportables.
De las que, para colmo, acabamos de entrar, con el siglo y el milenio, en el Neorenacimiento.
No me extraña que también los jueces, es posible que desbordados de buena voluntad, sin duda contagiados por los múltiples rencores e inexorablemente desconcertados por la urgente rapidez de los cambios, estén, a lo largo del planeta, aportando síntomas de una nueva inquietud que los trae a resolver en el vacío de las incertidumbres.
Deberían esos jueces darse un paseo por Europa y descubrir los esfuerzos que, no sólo los españoles, sino todos los europeos estamos haciendo para que sea posible recibir el futuro con los brazos abiertos y sin rasgos genéticos, o con los menos rasgos genéticos que sea posible, del rencor decantado de pasadas ofensas recíprocas. Y como juristas, recordar que nos hay crimen ni castigo sin ley previa e inmediata reacción social, que ha habido muchas legislaciones vigentes en Europa, admitidas, reconocidas y vigentes para los diferentes pueblos, que no pueden interpretar, ni mucho menos aplicar con la cultura y las leyes de hoy. Y, como simples, sencillos y a la vez complicados seres humanos, que el tiempo y el espacio descomponen de tal modo los mapas, los cuadros y los paisajes sociales que el espectador debe conformarse con su incapacidad de intervenir para tratar de modificar un pasado donde no estuvo, cuyas razones o sin razones de pensar y de obrar no puede entender, por más que deba usarlas como experiencia para bien o para mal, que el blanco y el negro coexisten y tal vez como ya opinó Heráclito, se complementan en la Historia para que su recíproco contrario resulte identificable.
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