sábado, 18 de septiembre de 2010

Cuesta, a veces, pero conviene entender que no siempre lo mejor es lo que a cada uno de nosotros parece lógico, ni los que nos parece lógico es siquiera lo que lo es más, habida cuenta de que el nuestro no es sino uno de los criterios subjetivos posibles. Caben siempre multitud de interpretaciones de cada concepto y por eso la historia de la humanidad debe avanzar a trompicones, probando aquí y allá e incluso hundiéndose una parte de la caravana en las tragedias derivadas de cada error. Pasa con la justicia, que hay quien dice que basta con obedecer sin más la ley, pero olvida que cada ley, y hay muchas, es siempre interpretable, no sólo por quienes deban obedecerla, sino también por lo que deban aplicarla y al final depende por añadidura del contenido del contexto y del momento social, que supone siempre mutación cultural. Pasa con la economía, que ahora mismo, cuando muchos países ya tantean vados para atravesarla, nos queda a otros nada menos que el trabajo ímprobo de la imaginación, individual y colectiva, de montar, consolidar y estructurar una economía viable para el siglo, la era, el tiempo que se anuncia. Enlazo con el principio e insisto en que puede no ser lo mejor y más lógico lo que a cada uno se lo parezca desde su peculiar, particular, subjetivo punto de vista. Asimismo estoy convencido de que cuanto mayor sea el número de veces que nos equivoquemos unos u otros, mayor será la infelicidad de más gente, y cuanto más tardemos en hallar caminos o abrirlos alternativos, más durará esa infelicidad. Llamo, para que suene mejor, infelicidad, a la pobreza, con tendencia degenerativa a convertirse en miseria, con sus habituales secuelas de tristeza, necesidades y dolor.

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