viernes, 17 de septiembre de 2010

Sería divertido, si no fuese trágico, que sesudos varones te aconsejen no preocuparte por el dinero, que, desde el punto de vista de la trascendencia humana, no es algo que tenga importancia.

Suele decirlo quien lo tiene en la relativa abundancia de la suficiencia.

No es cosa de tener mucho o poco. Para cada cual, otro concepto que nada tiene que ver con los dos y puede exceder de mucho y ser inferior a poco.

El dinero en grandes cantidades, o mejor, la ambición de tenerlo, es una aberración del instinto que mueve a nuestros colegas irracionales a llevarse a la madriguera mucho más de lo que serán capaces de consumir en el invierno, pero es indispensable a cada individuo, para quien puede constituirse en obsesión obtenerla, la cantidad de dinero suficiente para cubrir sus necesidades.

Tienes razón cuando me dices que el de lo necesario no es un concepto objetivo. Cada cual “necesita” de acuerdo con toda una multitud de caprichosos factores que delimitan lo que subjetivamente considera su mínimo vital, siempre un poco excedido, por añadidura, por esas quisicosas en realidad innecesarias, que por otra parte completan un ámbito de dignidad personal y familiar sin el que cada hombre se siente perdido entre semejantes.

Admiro a aquel filósofo que dice en uno de sus diarios autobiográficos que él trabajó denodadamente hasta cierta edad, no recuerdo si hasta los treinta o los cuarenta años, con el único y al parecer logrado propósito de no tener que volver a preocuparse por el dinero en su vida.

Hará falta, digo yo, además de fuerza de voluntad y capacidad de trabajo y dedicación a él, una cierta dosis de suerte para algo semejante. A mí me habría gustado. La mayor parte de los humanos, nos pasamos la vida en ese intento de asegurar la estabilidad en la vejez y muy pocos, que yo sepa, lo consiguen cabalmente. Y cuando alguien, desde su podio de evidente suficiencia, te dice que desprecies lo que a él, no me atreveré a decir que le sobra, pero creo que no le falta, se me encienden los indicadores del resquemor desconfiado.

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