En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 29 de agosto de 2010
Tal día como hoy, también domingo, igual de finagosto. El finagosto es una porción infinitesimal del verano, cuando el verano ya casi no lo es para casi nadie, puesto que hay muchos con las vacaciones agotadas y de nada les servirá el prodigio estético de setiembre, que huele a uvas recién vendimiadas y a naranjos pletóricos, pero, por lo que concierne a mi valle, es tiempo de ocres, sienas, amarillodorados y un fondo palidazul salpicado de nubes indecisas. Dentro de nada habrá acabado el verano y deberemos sacudir los castaños para que huela el aire a humo sin maldad y a los osos les cueste salir tambaleándose del colmenar. Se advierte en el agua del río, transparente, la expectación porque cualquier día puede llover duro y haber riada. El agua del río sabe que la riada acomete, viola el cauce, desproporciona el río y siembra los pedreros para tratar de cubrirlos de malahierbas y cardos. Pero decía que tal día como hoy, cuando estudiantes, nos preparábamos para empezar un curso nuevo, para explorar otra parcela, para ir en busca de saberes, y, quién sabe si alguno en pos de la sabiduría. Tener muchos saberes y la curiosidad viva me convertía en tierra recién arada, abierta, dispuesta. La sabiduría, sin embargo, como cualquier aprendiz sabe, es esquiva, misteriosa, dicen que estriba en una poco frecuente capacidad de relacionar todo cuanto has ido aprendiendo y entender como se ensambla y produce un todo a la vez armónico, singular, equilibrado, unitario. De pronto, un día, acabas tus estudios oficiales, te dan un diploma, te permiten engancharte al tren, colocarte en la hilera nutricia del hormiguero social, echas a andar, pero te faltan datos, conocimientos, saberes, que consultas aquí y allá y otra multitud de curiosos que dejaron escrito su leal saber y entender te va informando, te cuenta sus experiencias, descubres que hay quien ha experimentado ya sentimientos que tú, que yo creía privilegiados, que no eran todavía la sabiduría, ni siquiera tal vez ni su eco, ni un reflejo de su figura, que, sin embargo, intuyo. Hace falta, descubro, una vida entera, para aprender a vivir. ¿O no? ¿O era otra cosa, y los viejos, a donde hemos llegado es a un lugar equivocado?
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