Acecho, ahora,
los signos de que la tierra permanece
viva,
por debajo del frío del invierno.
Desconfío
del futuro que viene y será mejor, pero
que sé
que no me pertenece,
que es de ese niño, que pasa
sin preocuparse, seguro
de que mañana será otro día, lleno
de probabilidades de que exista
el sueño
que lo mueve y empuja
hacia la espléndida maravilla de vivir.
Apenas me atrevo
a alargar la mano
de la esperanza, hundirla
tal vez ya en la luz
que ha de entrar quemándome los ojos
para que vean.
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