Incluso Nietzsche, disparatado soñador del superhombre, tenía razón al considerar indispensable a la sociedad humana proveerse de unos principios morales sobre que cimentar la cultura del grupo y así su conducta exigible, su error, en mi opinión, que habría corregido de haber superado los cuarenta años de su vida útil, fue ignorar que cualquier superhombre es a la vez un infrahombre, es decir que cada hombre es en potencia todos los hombres.
Hans Küng, más sutil, llega a la conclusión más acertada de que no es que Dios haya muerto, sino que la concepción que de Dios puede alcanzar el hombre, ha cambiado, porque todo lo muda ahondar en la sabiduría, y por eso no todos los hombre de buena voluntad se han acercado o se han alejado del concepto, por otra parte inimaginable, de Dios, de tal modo que es indispensable revisar los principios y conservar como cimientos morales de la conducta de los habitantes de la aldea global aquellos que sean susceptibles de universal aceptación por esos hombres, todos, de buena voluntad.
Para mí, la buena voluntad consiste en considerar que cuanto existe tiene una razón para existir y por ello derecho a existir, lo que me obliga y le obliga a que coexistamos, es decir, convivamos, como único modo de vivir cada uno y el conjunto, en paz, con justicia y con libertad.
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