viernes, 2 de enero de 2009

Un sol cansado,
reclinado,
en el regazo del invierno, me mira
con sus ojos
entornados,
deslumbrantes todavía,
un sol,
desanimado ya, apenas brotado, este año nuevo,
de las entrañas del tiempo.

Siguen los mismos hombres,
arrojándose, unos a otros,
su miseria, sus bombas, a la cara, sin mirarse
siquiera, sin odio,
pura rutina de una destrucción implacable.

Los mismos, aterrados,
todos,
porque tienen tanto
que no se atreven a moverse del nido, su castillo,
el nido primario,
la gruta
de un tesoro que ya no pueden abarcar y los destruye,
poco a poco, los aplasta.

Y los mismos que, sin nada,
viajan
cogidos de la mano,
hambrientos, sin más equipaje
que la esperanza misma
de la desesperanza, cuando cada paso
nos acerca a todos a ninguna parte,
donde nadie sabe qué empieza.

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