sábado, 31 de enero de 2009

Indignación. Es el estado en que te deja un juez que llama por teléfono, con esto de la interactividad, a la emisora de radio que examina su problema, para decirle lisa y llanamente que son los abogados los culpables de lo que está pasando con esto de la Justicia, que, ¡ay, señoría!, si usted fuese abogado ya le diría yo lo que habría tenido que sufrir con estos jueces que también hay trabajando en la compleja viña de la administración de justicia, cuya información, cuya educación y cuya dedicación o sus respectivos defectos tienen tanto que ver con lo que está pasando. Con cuenta, no debería olvidar su señoría, de que ellos cuentan con la autoridad, que confiere a sus actos, sus virtudes y sus defectos un multiplicador de magnitud en cuanto a la responsabilidad que les concierne, como intocables que son y no deberían aparentar cuando exageran, ¡tantas veces! lo de que esto es o se hace así porque lo digo yo, y díjolo Blas, ya se sabe que punto redondo. Dígame vuestra señoría, con la mano en el corazón, si no ha sido, en todos esos años –le preguntaría de buena gana- responsable de citar a doce o veinte abogados a las diez de la mañana, para ir viendo, de acuerdo con la conveniencia del tribunal, la hora de recibirlos y escuchar, a veces entre gestos de impaciente desprecio, unos alegatos que seguro costó tanto preparar y con tanta sutileza y precisión tratan por lo general de hacer la delimitación del supuesto concreto a que debe ajustarse la necesaria generalidad de la ley aplicable. Asimismo le preguntaría si no ha respondido, como algún colega suyo que en uso por cierto de su facultad legal y decisión personal de limitar el número de testigos de una lista, en supuesto de hecho sólo acreditable mediante su concurso, que la limitación se hacía por no tener tiempo de escucharlos a todos. O si nunca jamás fue culpable de celebrar un acto como si la parte no hubiese asistido por llegar con un cuarto de hora de retraso al mismo juzgado donde días antes el mismo abogado había perdido la mañana esperando. A cada uno su parte, señoría, a cada uno su carga, su parcela, su porción de responsabilidad y de culpa, que de seguro hay bastante para todos, desde cada juez hasta cada alguacil, pasando por la numerosa grey de secretarios y funcionarios, de cada parcela de los cuales habría tanto que decir y contar. Yo diría que a trancas y barrancas, disponíamos de una justicia, en dificultar el funcionamiento de la cual tiene su parte y no pequeña esa manía de ahora de legislar difusa, profusa y confusamente e intentar la importación, en algunas de esas normas, retazos y remiendos de ordenamientos foráneos que sólo serían susceptibles de ser recibidos en su conjunto, pero a retazos y como remiendos, para lo único que sirven es para que el sistema se rompa y desgarre y la maquinaria, ya vieja de por sí, rechine con el defecto, aún no mencionado, del sistema de selección por oposición, de que tanto habría que decir.

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