Páginas y páginas de Sánchez Ferlosio, envejecido de sabiduría y difícilmente transitivo para mi escaso caletre, para decirnos trabajosamente algo tan evidente como que la historia está escrita con verdades que no lo son tanto de cada vencedor y mentiras que tampoco de cada vencido; que los vencedores, como el cliente del aforismo mercantil, siempre tienen razón aunque sea tan frecuente que no la tengan y que la hipocresía de cada sonrisa encubra crueldades con la misma hipocresía, que suele denunciarse respecto del vencido, pero casi nunca cuando atañe al vencedor. Filosofía y filología, a lo mejor al final una sola cosa, pero tampoco tendrán razón los estructuralistas, o por lo menos no toda la razón, por muy tentadoras que resulten las veladuras de sus tesis, que vendrían a reducir todo a la niebla, que pudiendo ser y ocultar, puede que en el fondo no sea más que esa sustancia húmeda y nacarada en que se disuelve la somnolencia escéptica.
Hay una dimensión cruel, o una faceta, llamadle como queráis, en cada ser humano, es probable que, si existente como lo evidencian la historia de todos y la biografía de cada cual, que es su pequeña historia, debe ser porque es necesaria para algo, dado que nada en la creación es ni caprichoso ni inútil, sino que forma parte del acorde universal, eso que llamó algún compositor “música de las esferas”. Es una dimensión peligrosa, no sólo para cada cual, sino para su entorno, y tal vez su domesticación, su doma, constituya uno de los mayores problemas de una convivencia en libertad que ha de compaginarse con este espíritu de competitividad que nos caracteriza.
En cierto modo, tanta digresión concluye en que para convivir en paz, que es la única forma de vivir posible, deben aprenderse y respetarse, como en cualquier otro juego, unas reglas delimitadoras de la libertad, el respeto de las cuales es indispensable para que el juego no desemboque en la “simultad” –palabra que inventa como derivada de la latina “simultas”, Sanchez Ferlosio- de la batalla. -
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