En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
lunes, 19 de enero de 2009
Vieja es la torre, se alabea un poco, amenazando la inminente ruina, abre un ojo, otrora atento, hoy cansado y sin ganas de ver, apetente ya del otro lado del imposible horizonte que rodea sus silencios como un siseo de palabras calladas. Pasa el viento por su interior, moviendo sin piedad las zarzas y olvidos que la habitan, inquietando las crías de los pájaros, que, cautos, se cobijan en la selvática explosión de una intrincada maleza. Se parece, diría, esta torre, a mí y la complicada intimidad de esta inesperada fronda umbría de ventanas adentro, a los pensamientos, que al entrecruzarse no me permiten seguirlos hasta su final y me pierdo, como el niño que sigue la traza y llega a donde el laberinto se interrumpe. Miran, como las suyas, las ventanas abiertas a la curiosidad, sin ver el paisaje de cerca, que ya atañe a nuevos jardineros en activo, hacia lo de más lejos, unos días recortado horizonte, otros niebla que todo lo vela como un sinfín de caricias, un miliyunanoches de enredos y de ficción, que, sin embargo reconducen poco a poco hacia el misterio. ¿A dónde vas? –me preguntan-; adivino y creo que algo que me llama. -
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