En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 18 de enero de 2009
Ahora mismo es invierno. Ha roto la mimosa. El árbol –un Salguero- junto al río, tiene ya ese fruto como una piña mínima, que precede a la hoja en esta especie. Algo así como si la primavera, en pleno invierno, abriese un ojo y con ese destello nos avivara las brasas y chiribitas de de la esperanza. Somos los mismos, pero la caravana se ha adentrado en el frío. Nos embozamos. Pienso que si no jugasen todas estas circunstancias de que se sucedan las estaciones y se corrijan los respectivos excesos de sus tiempos y paisajes, por medio de esta corriente que atraviesa los mares por aquí, los frecuentes vientos de allá, los acuíferos y las evaporaciones, los nubes y el trabajo de la multitud de árboles, pájaros e insectos, tal vez no existiríamos. No es así, lo que pasa es que seríamos diferentes. Nos habríamos adaptado y acomodado de otra manera tan inexplicable como ésta. Y aún así, se habrían formado también esos grupos de gente, parte de la cual niega la existencia del buen padre Dios y otros dicen que lo estudian a fondo y luego van a ser capaces de tratar de describírnoslo detalladamente a los demás.
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