jueves, 1 de enero de 2009

El año
empieza con dos rosas marchitas en seguida,
en el viejo rosal
y las ramas
sobresaltadas de vida de la mimosa
de la ladera.

El año empieza con un libro deliberadamente triste
y otro de aventuras imposibles.

Pongo una torrentera
de música
y se lo lleva todo envuelto en luz,
espuma de imaginación
y recuerdos
de un futuro radiante, que es como cada año,
huele
al morir y por eso nace otro.

El año empieza como un centón de añoviejos,
se persiguen las horas del alba
entre un bosque
de borrachos. Está el suelo lleno de pequeños fracasos
recortados de papel de periódico,
de farolillos y de vasos rotos y
botellas olvidadas, sin acabar de beber,
en el quicio
de la madrugada.

Vamos,
en alegre compaña,
el barrendero de la manga riega,
la mocita que llora porque ha perdido su noche azul
y un vendedor de periódicos
que, como es añonuevo, no tiene
periódicos
que vender. Podríamos –me dice-
inventar noticias, que fuesen todas buenas
y echarlas a volar como misiles de paz.
Alguien –le contesto-
nos declararía en seguida una guerra y moriríamos,
desde luego inútilmente,
como héroes.

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