viernes, 23 de enero de 2009

Ahora, con la última bajada del tiempo de enero, ha llegado el huracanado viento, airado, de nadie sabe dónde, un viento desmedido, que incluso mata a veces como sin darse cuenta de la musculatura que puso en movimiento, inadecuada por su demasía, innecesaria. Es éste un viento que ya no esperábamos, con las mimosas recién en flor y el aliso enternecido junto al río, por contraste aplacado, tal vez amedrentado, por las olas en que rompe una súbita erupción de la mar que se niega a aceptar sin más la flagelación de estos vientos del sur, calientes de agobios, apenas sosegado el frío de las heladas de hace tan poco. Da miedo el ruido nocturno del gigante que pasa desencarnado, pero no por ello menos feroz y tan malintencionado que desarraiga los árboles antiguos, remansos que fueron de vida allá para el verano, cuando retiñían de pájaros y se enteraban atentos de las consejas que se contaban a su amparo y recato. No quiero pensar cuántas palabras mueve y lleva este viento, sin darnos tiempo a escuchar, como si estuviera, esta noche, haciendo limpieza del silencio.

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