viernes, 5 de marzo de 2010

Me pregunto si es más rey de la selva el león o lo es el elefante, y si es más noble el guepardo que el taimado cocodrilo. La nobleza, me dicen los defensores del cocodrilo –que los tiene, como las focas o los mandriles y hasta los toros de lidia- no es hereditaria. Se acredita por cada cual, durante su vida, mediante su conducta. En menudo berenjenal nos podríamos meter, si entro al trapo de este asunto, Nada menos que la nobleza hereditaria, que una parte de nuestra sociedad defiende con uñas, dientes y hasta, si a mano lo tuviera, arsenal atómico, mientras que otra parte opina que nanay. Que para merecer la consideración pública sólo está capacitado cada interesado, que tiene toda una vida –algo tan efímero por otra parte- para conseguirla. El asunto me trae tan de lado como el hecho de que en la selva merezca mayor consideración y respeto el león que el tigre o el elefante que ambos. No dejan de asombrarme polémicas como la que acaban de suscitar una vez más respecto de si corridas de toros sí o no o si deben o no ponerse las señoras pieles de animales muertos.

Con la de asignaturas que tiene la humanidad a medio redactar y dos tercios de la gente faltos de lo más imprescindible para sobrevivir, que nos perdamos en disquisiciones acerca de si sufre o no sufre el toro mientras lo acosan, pinchan, desgarran y rematan en cada plaza de toros, según unos, o, según otros, se juega con ellos en esas mismas plazas un artístico baile, que disfraza el combate a muerte entre la fuerza bruta y la exaltación estética de la razón humana, que siempre tiene, cuando es arte, su parcela de sobrehumanidad. Infrahumanidad, me corrige el vecino partidario del toro, la foca, el visón y tal vez la mantis religiosa. ¿Merecen, a su juicio, la misma protección los insectos que los mamíferos? ¿los ratones que los elefantes? ¿la mantis religiosa o la mosca tse tse que los esbardos? Tal vez me pierda el temor de que en breve se asocien los defensores del cerdo o de la ternera y disminuyan las probabilidades de consumir un buen jamón, cortado en finísimas lonchas o un filete de solomillo a la plancha, poco pasado, por favor. Me parece mucho más urgente lograr que guste cada vez menos a más gente la basura que se exhibe con tanta profusión como impudor por diversos medios, que prohibir las corridas de toros, que no son por cierto uno de mis espectáculos preferidos.

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