martes, 16 de marzo de 2010

No merece la pena esforzarse demasiado en tratar de entender a los políticos. Lo suyo no es para que nadie lo entienda, sino para resistir siempre un poco más. Ganar tiempo. La gente se cansa incluso de pedir cuentas. No es cierto el viejo refrán cuando dice que no hay deuda que no se pague. Para no pagar, lo único que procede es aguantar, prometer, acreditar una supuesta buena intención de momento imposible. Hay no se fía, escribió aquel avispado comerciante, mañana, sí. Mañana es siempre mañana y hoy es siempre hoy. Buenas palabras hay que tenerlas siempre para el acreedor. Prometer, aseguraba aquel viejo astuto, no empobrece; es dar, lo que aniquila. El cielo del político es un, ya sea dulce, ya amargo, far niente. No hacer. La quietud del nirvana o del tao, pero iluminada por su augusta presencia. Un político debe ser augusto, como César, y mantener a su oposición del otro lado del río, donde pueda gritar sin ocasionarle molestia. Tuve un amigo escocés, podría haber sido asturiano, que decía que el sonido de las gaitas, que el escocés llamaba cornamusas, ganaba con la distancia y desde donde resulta siempre realmente exquisito es desde el otro lado del río. Nuestras vidas son los ríos –opinó el poeta-, pero a los políticos lo que les gusta ser es puentes. Desde aquella afortunada frase de Heráclito, consta que el río pasa constantemente, el puente se está quieto, lo mira, mira, se refleja en él, como Narciso. Los políticos son narcisistas. Se advierte cuando salen los carteles electorales y cuelgan a los políticos, pero no de los palos del barco, como se hacía con los piratas de mala ventura, sino de las farolas a que se abrazan con ese afán de abrazar que tienen siempre los políticos, y algunos, como son miopes, se abrazan, por si acaso, hasta de las farolas, con la mayor efusividad: vótame y te daré el oro, el moro, mañana una gabela, o una sinecura a tu medida, y, en su día, una pensión, más o menos exigua, pero pensión al fin y al cabo. Como pensión es verbo, es decir, palabra, con varios significados, también es aplicable al caótico colegio no sé si mayor o menor, que fue la casa de la Troya, donde estudiar no consta si se estudiaba, pero los más tunos de los estudiantes lo pasaban en grande, como algunos políticos. Lo malo es que aquello lo financiaban los giros del sufrido padre –me acuerdo de aquel viejo amigo que le sacó, para ir aquel verano al campamento de la Milicia, a su ingenuo padre, una pasta gansa para pagar el rifle y el caballo de que supuestamente debería proveerse- y esto nos va a costar los cuartos a nosotros, incluidas dietas y gastos menudos.

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