lunes, 22 de marzo de 2010

Redimensionar las sensaciones que los sentidos habrán transmitido sobrecogedoras a las neuronas cuando el hombre empezó a serlo, descubrió un día olvidado hace tal vez milenios su capacidad de pensar, valorar, razonar sobre unas noticias que llegaban seguramente atropelladas, sobre todo las primeras, a un desentrenado cerebro. Y civilizarnos, en la escasa medida hasta ahora lograda, debió consistir en gran parte en redimensionar, reducir a su tamaño real cada composición cromática, cada sonido, el prodigio del tacto, que puede ser casi a la vez investigación y caricia, descubrimiento y sorpresa. Lo digo porque sin nombre, mi perrita nueva, de aguas, blanca como la nieve sucia, lo va descubriendo todo, vivo o aparentemente inerte, y se sorprende, imita a veces, si la sorpresa es pata ella mayúscula, el ladrido de una perra grande, más atiplado que el del macho, por lo menos por ahora, y si bien no costa que los perros piensen, ni siquiera cuando son perspicaces perritas curiosas, se me ocurre que tampoco el primer hombre consciente de su capacidad de pensar debía estar muy orientado y también debió andar hociqueando contra la dura realidad.

-Hablaste –me recuerdo alarmado- de escasa civilización. Deberías explicarlo, ¿no crees?.
-Debería, tal vez, pero no me considero muy capaz. Salvo por esta evidencia que resulta de la violencia nuestra de cada día. ¿Puede considerarse civilizado un ser mientras no se olvide de la violencia, del vicio o la perversión de matar a sus semejantes o de herirlos, de palabra o de obra?

Una de las enseñanzas calladas de los perros en general, por lo menos de los perros caseros y bien tratados, los que no se encogen al escuchar una voz o al ver un bastón, consiste en su incapacidad de guardar rencor a su amo. Los corriges, a veces airados, a veces sin darte cuenta de que no son más que perros, y en seguida acuden a cualquier llamada tuya, meneando el rabo y dispuestos a reanudar la buena amistad que habíamos roto con él, de modo para él tan incomprensible desde su perspectiva de perro, que le lleva con gran indignación por nuestra parte, inexplicable para el pobre animal, a echarle el diente al trozo de carne que habíamos dejado sobre la mesa para ir en busca de sartenes o ingredientes para cocinarlo.

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