Me obsesiona la puntualidad nocturna del carro de la basura, que ahora ya no es carro, sino camión lleno de sofisticados resortes, asideros y plataformas, en que viajan sus palafreneros habituales, embadurnados como soldados en misión especial. Pasa cada día a la una de la madrugada, recién nacido, todavía ciego, el día, que abrirá los ojos con la primera luz violeta del alba. ¿O no? Nadie puede asegurar que habrá otro día más allá de cada noche. Y menos cuando el camión de la basura, carroza, ahora tintineante, de luces que se encienden y apagan mientras suena, como una cremallera que cierra la noche, el motor implacable. Llega, devora las bolsas llenas de misteriosas sobras, se traga la infinidad de los cubiertos de postre que han desaparecido ayer de cada casa y se echarán de menos mañana o pasado, cuando no haya remedio.
Cada noche suele coincidir, este camión, carroza de cenicientas imposibles, con mi crucigrama de fabricar sueño. Poco antes de su paso, refugiado en esa hendidura, la arruga que se forma entre el día muerto y su heredero, trato de resolver un crucigrama, y las neuronas, fatigadas, protestan generando un sueño, que, como una marea, me va cubriendo poco a poco. Ordeno sobre la mesa los trebejos, aparto los papeles y es entonces cuando pasa el carro de los desperdicios y los descuidos.
Después ya no sé qué pasa, porque entre los gritos ininteligibles de su escolta, me voy al mundo del sueño.
Esta noche pasada, o no sé, hace unas noches, volví a mi Colegio Mayor donde había perdido mi equipaje y la habitación. Todos los alumnos eran nuevos. No encontré a los de siempre, mis viejos amigos. Preguntaba y me miraron extrañados estos de ahora. No me dio tiempo a averiguar lo ocurrido. Desperté. ¡Qué pena! Seguro que estaban en clase o no llegaron a tiempo para que hablásemos de todo lo ocurrido desde la última vez que estuvimos allí, donde la juventud proyecta cambiar siempre un mundo que probablemente tiene que ser como es para que los jóvenes puedan seguir disfrutando, como nosotros disfrutábamos, proyectando cambiarlo.
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