En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 13 de marzo de 2010
La semana se ha deslizado por el desnivel nevado del tiempo como un meteórico trineo en busca de la llanura, el descanso del séptimo día, el domingo apacible de los azucarillos, el paseo de los escaparates, el tiovivo descatalogado, anacrónico, que se busca siempre sobre la llanura del mismo círculo en que se suceden los caballitos de cartón de la misma sucesión de colores. Mañana, si llega, será domingo de nuevo. Misa mayor, vermú con aceitunas rellenas de anchoas y patatitas fritas a la inglesa, escaparates, el te, chocolate y café con churros, tejeringos liberados del aguardiente matinal y salvaje, y el cine de cuando no hubo televisión y la familia se iba al cine, si venían los niños procurando que la película fuese tolerada. Domingo pequeñoburgués de capital, como mucho, de provincia alejada, independiente, o de altiva villa desmantelada por el progreso, otrora fin de jornada, economía cautiva, las quimbambas adonde cuando llegaba la noticia venía ya exánime, derrengada, out, se diría ayer, que hoy ya es otro tiempo. Pero todo eso no son más que semirecuerdos sosegados de un antaño próximo, porque todo ha cambiado desde que llegó, dicen, el modernismo y no se percatan de que llamar al hoy que se va ya de entre los dedos, modernismo, es ya un anacrónico suspiro de la primera nostalgia del tiempo que se fu. Lo moderno nunca llega, porque es cosa de mañana, que en cuanto se hace hoy ya es presente desgastado por el uso, camino del ayer de haber sido. Me dicen los periódico de hoy que no sé quién ha opinado que el amor se ensancha en el modernismo y hay más gente feliz porque se lo hace en solitario o duplicando el sexo con su pareja más íntima. Lo que se ha hecho, opino, es desgastar los ribetes de lo que era amor y dejarlo secarse, como el tabaco en el secadero, desviando el instinto hacia la esterilidad de un goce sin encarnadura posible, muerto en flor, como morían antes los solteros de ambos sexos, cuando lo hacían en olor de castidad, ya fuese deliberada, ya obligada. No es eso modernidad, que lo moderno supone hallar caminos o abrirlos cuando no hay, sino volver a los orígenes de cuando el hombre –y la mujer-, no fue bueno que estuvieran solos puesto que se completan, dos en una sola carne, cuando nace, no ya el primer hijo, sino su mera esperanza que subyace en cada acto de amor –llamo acto de amor incluso a una caricia, el roce casi casual, un beso-. -
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