lunes, 1 de marzo de 2010

Los niños que fuimos tenemos una parte incalculable de culpa por nuestros actos de entonces, pero no debemos, creo, ni entristecernos ni enorgullecernos sino en la medida de nuestra responsabilidad de aquel tiempo. Y sin embargo, nuestra conciencia de ahora se empeña en valorar el legado de la memoria como si acabásemos de realizar ahora aquellos actos. Ya se que somos el mismo niño, como éramos en su época el mismo proyecto que ahora somos, y que se advierte a lo largo de la trayectoria vital una manera constante de afrontar o de eludir los problemas, atravesar las ocasiones y decidir en cada sucesiva encrucijada. Deduzco que en las mismas circunstancias, la persona que estamos siendo al vivir, habría reaccionado como lo hizo en cada caso, sin perjuicio de que al llegar el estadio siguiente o al desaparecer las circunstancias que concurrieron, valorásemos igual que estoy haciendo esta tarde cada acto, contemplado desde la perspectiva actual. No es posible tratar de hacer ni siquiera la falible justicia humana, aplicando a los hechos criterios de otro tiempo u otro lugar. Para valorar una conducta humana, debe quien lo pretenda hacer, incluso cuando se trata del protagonista de los hechos que han de criticarse, trasladar su ciencia y su conciencia al entonces, compuesto de tiempo, lugar y circunstancias, en que se produjeron.

Seis mil quinientos millones de personas, cada una con su trayectoria vital, el mismo tiempo, pero diferentes espacios y una variedad incalculable de estadios de civilización y de culturas, idiomas y circunstancias. Y aquí, en esta esquina. yo, según algún filósofo, diferente y esencial, por más que insignificante tesela de ese descomunal cuadro, porción infinitesimal del Universo, burbuja a su vez entre la nada y el infinito, tal vez el equilibrio que resulta de su equivalencia.

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