-¿Te sientes …?
-Si; a veces, como creo que todos, me siento solo. Somos insulares. No se conocen, que yo sepa, casos de ósmosis intrapersonal humana. Nos pegamos, cuando más nos queremos, unos a otros, como si intentásemos penetrarnos, poro por poro, para intentar no sé si conocernos o poseernos.
-Porque amar …
-Es un verbo transitivo, el más de todos. Amar es entregarse de tal modo que uno se sienta capaz de hacer casi cualquier cosa –Hay que ser sincero, porque la ceguera teórica del amor, se detiene a veces ante un obstáculo particularmente difícil; por eso el “casi”- para conseguir una sensación de felicidad de la persona amada.
-Y eso, entonces, de “tenerte” …
-Eso es cosa diferente. No es amor de verdad, sino coleccionismo, si quieres elevado a una alta potencia, de algún modo sublimado o sublimizado, por lo menos subjetivamente. Crees que estás enamorado, pero no es eso, sino que deseas tener a la otra persona y disponer de ella. El amor no prefiere disponer de alguien, sino ofrecerle a la otra persona la libertad de sentirse completa, o realizada, o como prefieras decirlo.
-Te gustaría, entonces, conocer los pensamientos …
-No. La telepatía nos destruiría. Podemos convivir en la medida en que podamos ocultarnos algo, unos a otros. En la medida en que podamos estar a veces solos o podamos confiar tanto que le contemos a la persona amada algunas, pero no todas, nuestras intimidades. Tiene que haber un espacio donde podamos ocultar esas sumas vergüenzas que de modo especial nos humillan. La gente no puede compartirse recíprocamente más que hasta cierta medida. Muy amplia y cuanto más mejor, pero sin llegar hasta ese último reducto donde la carne viva no se sabe si es tal o principio de lo que ha de morir para que sobrevivamos más allá de la muerte en que el amor definitivamente consiste al suponer acabarse como un aroma o el canto del cisne que dejan en la otra persona la sensación de caricia más íntima.
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